Opinión

Hijos de la niebla

“…Y todo allí veíamos como tras una espesa niebla, los nativos, las plantas y los animalesfabulosos…”Diario del AlmiranteMi hija Sol, a sus dieciséis años, anda enredada con el aprendizaje de la Historia, partiendo por el Descubrimiento de América y la empresa de ese marino loco y medio poeta que se llamó Cristóbal Colón, genovés para los italianos y
“…Y todo allí veíamos como tras una espesa niebla, los nativos, las plantas y los animales
fabulosos…”

Diario del Almirante

Mi hija Sol, a sus dieciséis años, anda enredada con el aprendizaje de la Historia, partiendo por el Descubrimiento de América y la empresa de ese marino loco y medio poeta que se llamó Cristóbal Colón, genovés para los italianos y pragmáticos del capitalismo; gallego-portugués para los soñadores del mar; catalán para los catalanes, que quieren ser precursores de todo y reinventar el mundo desde las ramblas.
Nuestros hijos y nietos de ahora poseen herramientas extraordinarias para acceder al conocimiento, y tienen a mano datos enciclopédicos que ni hubiésemos imaginado, pero, al parecer, carecen de capacidad o metodología para digerir lo aprendido o para madurarlo como bagaje más o menos permanente. Y es que la vida actual semeja una nebulosa vorágine de incitaciones, ofertas y posibilidades que exceden la estrecha y breve vía que llamamos tiempo, sin esos espacios imprescindibles para la reflexión y la decantación de lo aprendido. Así, la independencia de Chile, que datamos en septiembre de 1810 –simbólicamente hablando– suele mezclárseles con fechas como la fundación de Santiago del Nuevo Extremo (febrero de 1541) o con la mismísima hazaña colombina de 1492.
A Sol le atrae la historia de España, de esa tierra nimbada de magia y misterio desde donde vino su abuelo gallego, Cándido. Ella luce con donaire su nacionalidad española, luego que el año 2009 conociera algo de Galicia, en la experiencia de los Campamentos de Verano. Trato de ofrecerle una visión sucinta –no diré objetiva, porque eso es imposible– que la motive a adentrarse, por ella misma, en los vericuetos de la Historia (el único modo de aprehender algo). Va a lograrlo, porque es inteligente y despierta. Por ahora, el asunto sigue siendo un tanto confuso, aunque interesante y motivador…
Si miramos hoy la extensa historia de España, desde la llegada de los romanos hasta los albores del siglo XXI, con sus ocho siglos de hondo influjo árabe y, en menor grado, quizá, la huella de los sefarditas durante un milenio; si consideramos también los rastros étnicos y culturales de tantos pueblos que la habitaron –entre ellos celtas, suevos, alanos, visigodos, iberos, astures…– y aun de aquellos que recibieron su impronta en América y otros territorios del mundo, para devolver el espejo vivo de sus propias cosmogonías en maravilloso sincretismo, no podremos sino admirar esa riqueza que sobresale en la amplia diversidad de frutos humanos perdurables, quizá única entre las naciones europeas que se expandieron en las contradictorias empresas de la conquista, primero continentales, y, a partir de los marinos portugueses y de Colón, transnacionales.
Tendemos a pensar que lo que surge ahora ante nuestra vista es una realidad que siempre estuvo ahí, tal y como la vemos. Así, escuchamos hablar de la España democrática de la Unión Europea como si hubiésemos nacido con ella. Nada más lejos de la verdad histórica (se lo comento a mis hijos mozos que muestran sus pasaportes hispanos como quien exhibe el retrato vivo de los abuelos), porque esto es apenas un instante en los siglos que la preceden, sobre todo cuando hablamos de su actual estructura democrática. Ahora que Chile celebra su bicentenario, doscientos años en los que no superamos la adolescencia histórica, nuestra breve vida republicana y democrática pareciera ser más extensa, proporcionalmente, que la de la vieja España, con el interludio atroz del caudillismo dictatorial.  
A mi hija le asombra el hecho terrible de la destrucción de grandes culturas americanas, como la azteca y la inca, bajo la feroz espada de los conquistadores. -¿Pero –me pregunta–, acaso no venían a evangelizar? Esa era una de las motivaciones o, a lo menos, su intencionalidad justificadora, pero no podemos juzgar procesos históricos de hace medio siglo con los parámetros culturales de hoy. –Sí –me dice– pero fray Bartolomé de Las Casas, en aquella época, denunció las atrocidades cometidas. -Es verdad –le respondo– y fue desautorizado por la jerarquía de su tiempo, como corresponde, inevitablemente, a todo individuo inconformista y contestatario. Su obra es pieza clave para analizar el proceso de la conquista, aunque aun hay quienes la refutan y hablan de “exageraciones”. Son los que se niegan a ver, los que hacen oídos sordos al dolor humano, hijos irremediables de la niebla.
Y, como soy hombre de anécdotas, le cuento aquella breve historia que mi padre nos narraba, sacada del libro ‘Sempre en Galiza’, de su admirado Alfonso Castelao:
“A comienzos de la segunda década del siglo XX, un conocido terrateniente extremeño, ufano por la modernización de su agro, invitó al entonces Ministro de Estado, Antonio Maura y Montaner, para que visitara sus fincas y comprobara, in situ, que no todos los oligarcas españoles eran “zafios caciques feudales”, como se les calificaba en la prensa liberal.
“El hacendado ponderaba las notables mejoras: ‘-Aquí viven y duermen los puercos, limpios y bien alimentados, con sus vacunas al día… -Acá puede apreciar usted a las vacas, impecables como colegialas; se las ordeña con máquinas eléctricas, traídas de Alemania; su alimento se balancea y dosifica, según las últimas normas de la lechería holandesa… -Aquí se salan y ahúman los jamones con las últimas técnicas…’. Allá…
“A la izquierda de la dehesa, don Antonio Maura advirtió un enorme galpón destartalado, que hedía a excrementos y a miseria… ¿Y eso qué es?, preguntó a su anfitrión. El hacendado se encogió de hombros. –‘Nada, don Antonio, es la cuadra donde duermen los gañanes’.
“El viejo conservador suspiró y dijo al terrateniente: -‘Entonces, cuidado, procure usted que no despierten”.
El despertar de los “gañanes” iba a ser violento, una década después, en la España convulsa por las luchas sociales, y sería uno de los factores que llevaron a la cruenta Guerra Civil (1936-1939), con su millón de muertos. En aquel conflicto –ya se sabe– no vencieron los peones del campo ni los proletarios de las ciudades ni menos los aldeanos sujetos al yugo caciquil, sino los dueños de la tierra, de las armas y de la religión. Treinta y ocho años de férrea dictadura fueron el largo paréntesis de la España reaccionaria, de espaldas a esa Europa que soñaron sus intelectuales republicanos, a la que hoy adhiere buena parte de la patria de Cervantes y Quevedo, como miembro destacado de su comunidad, abierta a las libertades ayer conculcadas, y a pesar de la condenación de la democracia que siguen pregonando los viejos corifeos de la España de “charanga y pandereta”.
-“¿Y tú –me pregunta Sol– te irías a vivir a España?”.
-“No –le respondo– porque hemos sido moldeados, para bien y para mal, con la telúrica arcilla del Sur, y nuestros ojos fueron abiertos aquí para que pudiésemos mirar el mundo de otra manera, para ver más allá de la niebla.