Opinión

Facebook, la familia feliz

“El que hoy no quieraser feliz, es un imbécil”.(Diario de El Imbécil Feliz)Álvaro Mutis, refiriéndose a la supuesta “sociedad de la comunicación” en que vivimos, decía que “la única forma de comunicarse de dos seres humanos es hablar mirándose a los ojos; no se ha inventado otra mejor”.
Facebook, la familia feliz
“El que hoy no quiera
ser feliz, es un imbécil”.
(Diario de El Imbécil Feliz)


Álvaro Mutis, refiriéndose a la supuesta “sociedad de la comunicación” en que vivimos, decía que “la única forma de comunicarse de dos seres humanos es hablar mirándose a los ojos; no se ha inventado otra mejor”. Con esta afirmación expresaba su desacuerdo respecto a la mentada revolución de las comunicaciones y a sus modernos artilugios virtuales como el correo electrónico, el facebook y el chat, ahora el twitter, y mañana otro cuadrículo de escritura simultánea para entablar diálogos titubeantes o para emitir opiniones fútiles de lo que no se sabe; elementos velocísimos con los que se pretende articular un entendimiento global, expedito y eficaz, asunto que, a juicio del gran escritor colombiano, no se cumple. Por el contrario, nunca el homo sapiens se había comunicado menos, esencialmente hablando, salvo que releguemos el lenguaje a un conjunto, más o menos simiesco, de caracteres básicos y sonidos guturales donde predominan el ‘huevón’, en sus acepciones de sustantivo, adjetivo, adverbio y verbo compuesto, para construir frases y oraciones inteligibles entre los sub hablantes.
El maestro Mutis rechaza, de plano, el uso personal de tales medios cibernéticos… Aunque estoy de acuerdo con lo medular de su crítica, me sirvo de tales vías, otorgándoles un carácter propio y distintivo, procurando que mi discurso tenga interlocutor válido, sin menoscabar ni preterir el bello género epistolar, hoy (casi) en completo desuso en función de la premura del mensaje y de la urgencia compulsiva de la respuesta. Álvaro rescata la carta como medio de llegar al otro, sobre la base de una escritura morosa, hecha de reflexión viva y de nostalgia madura.
Si abres el Facebook (“libro con rostro”, “biblioteca de las caras”, “faz electrónica virtual”, “espejo de caras-libro”) encontrarás nombres, fotografías individuales y grupales, pocas palabras y habitualmente las mismas, afán exhibicionista de mostrarse y de ser mostrado por los otros –suerte de promiscuidad esperpéntica–, en la mayoría de las ocasiones, entregando la imagen de la felicidad contemporánea, hecha de hedonismos básicos y móviles consumistas, renuente a la crítica y a la introspección reflexiva, proclive a aceptar (e imponer) los manoseados lugares comunes de esta “feria del espectáculo” cuyos valores y premisas no van más allá de la vacua “filosofía de la publicidad” que rige, por igual, a hombres y productos, conjunción soñada que hoy es realidad en brazos del Mercado, juez de estadísticas y decisiones micro y macro gubernamentales, a escala planetaria, sin disenso (salvo pequeños grupos de locos o inadaptados que conspiran –arteramente– contra la única felicidad general y posible).
Ni Orwell ni Huxley viven hoy para confirmar sus más delirantes ficciones. Lo peor para ellos es haberse “quedado cortos” en la previsión del ‘Mundo Feliz’ y de la fecha simbólica (hoy inútil) de ‘1984’, hechos títulos de gran narrativa ensayística. También ellos adelantaron la concepción de un individuo distinto y de una familia nueva, despojados de supuestos lastres culturales y hábitos religiosos acendrados, para insertarse por completo en las nuevas tecnologías, esclavizantes y avasalladoras, donde el necio astuto se transforma en rey y señor.
Me gustaría entablar un diálogo con ambos escritores británicos: Huxley, inglés, precursor en el tema de las drogas y su influencia en el mundo moderno; Orwell, nacido en la ‘India Británica’, como se decía entonces del imperio sajón del Ganges, preocupado por el avance de los totalitarismos y la masificación del hombre… Quizá comenzaríamos con un breve texto del primero, para entrar en materia: “Desde mi primer ensayo he ido más allá de la visión y me he internado en muchas de las experiencias de la literatura oriental y occidental: trascender de la relación objeto-sujeto, sentirse solidario con todo –sabiendo realmente por experiencia lo que significa ‘Dios es amor’–, o sentir que a pesar de la muerte y del sufrimiento todo está, de algún modo y en última instancia, perfectamente en orden”.
Orwell quizá nos ofrecería, como preámbulo más directo y descarnado, un breve texto de ‘Rebelión en la granja’: “Los cerdos desobedecían cada vez más los mandamientos en los que se basaba su sociedad y vivían mejor que los demás, poniendo la excusa de que ellos debían cuidarse para poder llevar el de la granja de una manera más eficiente. Además, comerciaban con sus antiguos enemigos, los granjeros, para poder construir el molino y comprar comida”.
Yo, entonces, les mostraría Facebook, invitándoles a ingresar a él, haciéndose mis amigos. Sería un gran obsequio, como decir: -“He ahí todas vuestras inquietudes y angustias resueltas… Venid y participad”.
Pero, la Voz, implacable, me pregunta en duermevela: -¿Y tú, criticón e inadaptado, cómo explicas tu propia pertenencia a Facebook, con sitio, álbum fotográfico, textos y citas por doquier…?.
-Ah –le respondería– porque yo también postulo, como cualquiera, a la felicidad, aun en grave riesgo de reprobar…