Opinión

El estudio de Richard Polt ante la ‘Colección Sirvent’

“Quizás la máquina de escribir fuese un invento inevitable. No es difícil pensar que la idea se le pudiese haber ocurrido a Gutenberg cualquier tarde mientras imprimía su Biblia”, escribe Richard Polt en su estudio ‘El auge, la decadencia y el Renacimiento (?) de la máquina de escribir’, publicado en el libro Typewriter. La historia escrita a máquina.
El estudio de Richard Polt ante la ‘Colección Sirvent’
“Quizás la máquina de escribir fuese un invento inevitable. No es difícil pensar que la idea se le pudiese haber ocurrido a Gutenberg cualquier tarde mientras imprimía su Biblia”, escribe Richard Polt en su estudio ‘El auge, la decadencia y el Renacimiento (?) de la máquina de escribir’, publicado en el libro Typewriter. La historia escrita a máquina. Colección Sirvent, cuya edición corrió a cargo de la ‘Fundación Cidade da Cultura de Galicia’ de la ‘Xunta de Galicia’ con motivo de la magnífica Exposición abierta del 24 de junio al 10 de octubre, con prórroga hasta enero del próximo año 2012.
“Sabemos que en 1714 un tal Henry Mill recibió una patente inglesa de lo que parecía ser una máquina de escribir: ‘Una máquina o un método artificial para imprimir o transcribir letras por separado o una tras otra progresivamente”, prosigue Richard Polt. “No sabemos cómo era la apariencia del invento de Mill, pero con total seguridad la tecnología de aquella época era la adecuada para este trabajo: los relojeros producían mecanismos precisos y delicados y, si hubiesen querido, podrían haber aplicado su ingenio a la creación de una máquina de escribir”. Ahora bien, todo conviene decirlo: antes de la llamada ‘Revolución Industrial’ este artefacto se asemejaba a un lujo de escasa aplicación de orden práctico. Durante el siglo XIX, no obstante, los inventores empezaron a crear “prototipos” y a maquinar con el anhelo de la producción en serie. De manera que la primera máquina de escribir que se conoce fue la que construyó Pellegrino Turri en 1808 para una amiga ciega: la condesa Carolina Fantoni da Fivizzono. Si bien tal máquina no ha sobrevivido hasta hoy, se conservan muchas cartas escritas por la condesa que manifiestan la funcionalidad de esta invención.
Años más tarde –a lo largo del mismo siglo XIX–, algunos pioneros idearon máquinas de escribir de variados tipos: simples y sumamente complicadas, pequeñas y enormes, prácticas e incluso absurdas. Así, William Austin Burt –cuyo invento es de 1829–, Charles Grover Thuber, de 1843, Alfred Ely Beach, de 1847 a 1856, y Samuel Francis, de 1857, dentro de la primera mitad de ese siglo. Asimismo otros señalados inventores fueron el italiano Giuseppe Ravizza, el francés Xavier Progin y el tirolés Peter Mitterhofer, quien llegó a tallar el cuerpo de su máquina de escribir en madera. Es preciso recordar cómo el estadounidense John Jones en 1852 fundó una fábrica para producir su denominado ‘Tipógrafo mecánico’. Por desgracia, empero, tuvo lugar un incendio en el edificio, de modo que la mayoría de las 130 máquinas ardieron completamente.
Dos inventores crearon, al fin, sendas máquinas de escribir por vez primera producidas en serie con éxito. El pastor danés Rasmus Malling-Hansen, cuyo Skrivekugle, es decir, “bola de escribir”, simulaba un alfiletero: una máquina hábilmente construida, una ingeniosa pieza de ingeniería que se patentó en 1870. El filósofo danés Friedrich Nietzsche la empleó para sus trabajos. “Ambos estamos hechos de ‘hierro”, anotó. Sin embargo, la máquina desafortunadamente se estropeó y no tuvo otro remedio sino abandonarla después de haberla usado durante seis semanas en 1882. Malling-Hansen diseñó también varios modelos de la célebre “bola de escritura”, incluyendo igualmente una versión eléctrica. Es necesario resaltar que la inigualable antologíaa de la ‘Colección Sirvent’ presenta una réplica de este singular invento.