Opinión

El experimento Boston

Sólo una sociedad enferma como la española puede digerir el absurdo despliegue mediático relacionado con la minibomba que mató a tres personas en Boston.

Sólo una sociedad enferma como la española puede digerir el absurdo despliegue mediático relacionado con la minibomba que mató a tres personas en Boston. Por más que se empeñen los medios en exagerar, si una bomba con metralla casera estalla a los pies de una masa de personas y sólo mata a tres, eso no es “un artefacto de destrucción masiva que quería provocar una gigantesca masacre y aterrorizar al mundo libre y a Occidente” (o estupideces similares repetidas por el corresponsal de turno hasta hipnotizar a la opinión pública). Cualquier pandillero de EEUU –país en el que cada día muere una persona negra a tiros de un agente– tiene armas más contundentes que una olla de la marca Fagor. Debería saber, lector, que mientras se dedicaban páginas y programas de TV al ataque de Boston, los opositores venezolanos asesinaron a ocho personas porque los periódicos insinuaron que hubo irregularidades electorales (¿sabía usted que todos los observadores internacionales, incluso los españoles del PPSOE, reconocieron la limpieza ejemplar de esos comicios? ¿no habría que desconfiar de esos periódicos que ocultan esto o que propician el clima de terror para que un estudiante estadounidense haya ido a la cárcel por hacer una falsa llamada de bomba a su instituto?). Debería saber que desde que EEUU apoyó el golpe de estado de facto en Honduras mueren a tiros veinte personas al día (no se dice que es el lugar del mundo en el que matan a más periodistas). Estas inmensas cortinas de humo de alcance global de las que el lector se va a olvidar mañana, vistas con perspectiva, parecen un experimento de control de la conducta de masas: miles de zombies españoles se empachan de noticias sobre el número de uniformes que hay en Boston y dejan de buscar culpables a su desahucio, su falta de empleo o su recorte en servicios de salud.

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