Opinión

El amuleto del fútbol

Ya han pasado varios días y el buen aficionado lo recuerda como si fuera hoy mismo: Un gol de Iniesta, en el minuto 116 de la prórroga contra Holanda en el Mundial de Fútbol, selló el triunfo del equipo español.
Ya han pasado varios días y el buen aficionado lo recuerda como si fuera hoy mismo: Un gol de Iniesta, en el minuto 116 de la prórroga contra Holanda en el Mundial de Fútbol, selló el triunfo del equipo español. Y así, al decir de Valle-Inclán, “bajo los porches de las plazas, los atrios de los villorrios, el colmado andaluz, la tasca madrileña, el frontón vasco o el chigre asturiano”, se desvaneció el tal vez posible equívoco en el resultado predicho por el pulpo ‘Paul’.
No ha sido cómodo, la victoria fue agónica con oportunidades en ambos equipos. Los holandeses se batieron con dureza, salieron igual a tanques a deshacer el juego hispano, y casi lo consiguen.
Está regocijada fue justa y merecida. El conjunto de Del Bosque hizo filigranas durante todo el torneo, tácticas precisas, movimientos asombrosos con el esférico; es decir, demostró preparación, buena disciplina y lo más sobresaliente cuando de un hecho competitivo se trata: coraje.
Y no se olvide la propia esencia: el deporte es fogosidad, locura templada, ilusión sin límites, anhelos compartidos. Perder o ganar, triunfar o caer derrotado, depende en ciertos instantes hasta del vuelo de una mariposa, o lo que es lo mismo, de razones imponderables.
Pudiera ser cierto lo tantas veces dicho: en el verdadero espíritu deportivo participa siempre el aliento religioso. Se debe poseer una fe enorme en el triunfo anhelado, luchar por conseguirlo con ardor inextinguible, de lo contrario, el sabor de la derrota es una desgarrada herida incandescente, un amago pecado febril.
Ay, qué razón tenía Choderlos de Laclos al decir que las dos pasiones humanas más estrechas entre ellas, son la gloria del triunfo y el dolor de la derrota. Holanda, esos hermosos Países Bajos, tuvieron a su alcance la esperanza dulzona de la victoria.
Y es que a cuatro minutos de la conclusión de aquella prórroga, el tanto de Iniesta hizo añicos el afán de la ‘naranja mecánica’ y convirtió en ansiada realidad el merecido mérito de los españoles.
Al final la curtida piel ibérica, individualista e intolerante cuando de olor a incienso, sangre de toro de lidia y patadas a un balón se trate, se volvió con el triunfo en Sudáfrica, toda ella un racimo de entusiasmo ferviente.
Ya de colofón o anécdota con remate de adivinanza, el pulpo dio en el clavo con la victoria. Antes lo hizo en las semifinales contra Alemania.
El cefalópodo fue a su estilo un fuera de serie, y dejó claro –crease o no–, que la mayoría de los españoles, sus ministros, políticos, clero e incluso el propio presidente del Gobierno, tuvieron en ‘Paul’ el amuleto que todos alguna vez desearíamos poseer.