Opinión

Aguilar

Las personas que, por nuestra profesión periodística, conocemos a fondo el interior de los partidos políticos españoles, deberíamos reconocer el mérito de aquellas formaciones como Izquierda Unida en las que la ética y la austeridad ejemplar son un principio básico que impide cualquier posibilidad de dar un pelotazo, arañar subvenciones o ganar fama sin dar ejemplo.
Las personas que, por nuestra profesión periodística, conocemos a fondo el interior de los partidos políticos españoles, deberíamos reconocer el mérito de aquellas formaciones como Izquierda Unida en las que la ética y la austeridad ejemplar son un principio básico que impide cualquier posibilidad de dar un pelotazo, arañar subvenciones o ganar fama sin dar ejemplo. No es que en los otros no exista gente honrada, pero es que en IU sólo sabes que vas a trabajar por unas ideas sin ganar un real, y esto deberían admitirlo hasta los que se oponen a sus ideas. Por eso un sector vanidoso de esta izquierda –López Garrido, Almeida o ahora Rosa Aguilar– siempre han mirado de reojo la pompa del PSOE y se han acabado entregando a su buena vida. Pero este no es un artículo contra Aguilar, pues toda la culpa de este episodio de transfuguismo es de la propia organización, que no tuvo el arrojo y la austeridad para expulsarla hace tiempo, cuando empezó a traicionar a su partido pero se miró para otro lado porque ‘caía bien’ a la gente, especialmente a la gente que no era de izquierdas pero le votaba por simpatía. El asunto de fondo es la costumbre cada vez más pronunciada que tenemos los españoles de votar por simpatía antes que por los hechos de nuestros políticos o los programas de sus partidos. Es lógico entonces que Aguilar acabe en el PSOE porque, según la opinión de la gente que menos la conoce, “a mí me gusta mucho, es muy agradable”.