Opinión

El acertijo libio

¿Cómo afectará a Occidente una Libia post-Gadafi? La caótica crisis libia, que en el momento en que se escribe esta columna (28 de febrero) tiende hacia una guerra tribal y civil, con posibilidades de desintegración territorial, certificando el final del régimen de Muammar al Gadafi, está intensificando la preocupación occidental y principalmente europea, por el suministro petrolero y el riesgo de inestabilidad en el Magreb y el arco
¿Cómo afectará a Occidente una Libia post-Gadafi? La caótica crisis libia, que en el momento en que se escribe esta columna (28 de febrero) tiende hacia una guerra tribal y civil, con posibilidades de desintegración territorial, certificando el final del régimen de Muammar al Gadafi, está intensificando la preocupación occidental y principalmente europea, por el suministro petrolero y el riesgo de inestabilidad en el Magreb y el arco mediterráneo.
El sangriento y brutal fin de régimen de Gadafi dará paso a una etapa de mayor caos y convulsión, probablemente con un destino diferente al de Túnez y Egipto. El régimen libio estaba absolutamente identificado con una estructura de poder erigida en torno a la personalidad de Gadafi y sus tácticas autocráticas de mantenimiento del poder, negociando constantemente con una estructura tribal (Libia posee más de 140 identificaciones tribales y familiares) que, a grandes rasgos, definen el verdadero poder en ese país.
Pero la rebelión iniciada en la provincia oriental de Bengasi, conocida como la Cirenaica, amenaza seriamente con fragmentar el país. Gadafi intenta conservar lo que resta de su régimen en la capital Trípoli, y la región occidental de la Tripolitania libia, donde se concentra la mayor parte de su tribu, la Qathaftha, enfrentada en el actual contexto contra la tribu Warfalla, la más grande del país. Bengasi y la Cirenaica otorgan el 40 por ciento del 1,6 millón de barriles diarios que exporta Libia, cuyo corte de suministro cuando empezó la rebelión contra Gadafi ha colocado a Europa y Occidente con los pelos de punta.
A diferencia de Túnez y Egipto, la posibilidad de guerra civil y tribal libia caracteriza el futuro de un país sin instituciones independientes y sólidas, sin una sociedad civil y partidos políticos organizados, que permita vertebrar una transición viable, con o sin Gadafi en el poder. En cuanto al estamento militar, la fragmentación también está a la vista, tomando en cuenta las constantes maniobras de poder de Gadafi para garantizar cierto reparto de poder tribal en las milicias y altos mandos militares, aunque con preponderancia de su tribu Qathaftha y su propia familia.
Por tanto, son diversos los factores que identifican un vacío de poder en la Libia post-Gadafi. Mientras la ONU y Occidente presionan por aislar a Gadafi y enjuiciarlo por la brutal represión de miles de opositores, producto de la enfermedad de poder del autócrata libio, el temor principal para Occidente sigue siendo el petróleo. El encarecimiento del crudo a casi US$ 120 será una constante si la crisis libia da paso al final del régimen de Gadafi y una caótica transición.
Todo ello sin olvidar la posibilidad de que la rebelión árabe se traslade a Arabia Saudita y el Golfo Pérsico. Ante la dependencia energética del arco Magreb-Golfo Pérsico, los gobiernos de Italia, España, Alemania y Francia ya comienzan a mover sus fichas para garantizar el suministro ante el caos libio.
El doble rasero occidental es igualmente marcado. En el caso libio, desde 2004 y a tenor de su apertura petrolera y diplomática, Gadafi dejó de ser momentáneamente el terror de Occidente para convertirse en un pragmático aliado. Pero la masacre de Bengasi y otras localidades lo coloca, nuevamente, en un patético sitial del horror humano. La torpe y brutal reacción de Gadafi ante los acontecimientos acrecienta, igualmente, esa perspectiva de su inevitable caída.
Sorprendido por lo que sucedió en Túnez y Egipto y aletargado ante el caos libio, Occidente no sabe cómo manejar lo que sucede en el mundo árabe. La pretensión de Washington por “exportar” estas revoluciones democráticas hacia enemigos incómodos como Irán o Siria puede, irónicamente, potenciar la caída de piezas estratégicas para Occidente, como Arabia Saudita y el Golfo Pérsico, tal y como sucedió con un aliado como Mubarak en Egipto. La eventual caída de Gadafi sería un pírrico triunfo para EEUU y sus aliados, incapaces de comprender y equilibrar una marea revolucionaria espontánea, popular e incierta.