LA OBRA ‘A NOSA XENTE EMIGRANTE’ RECOGE LA HAZAÑA DE ALGUNOS VECINOS DE PARAMOS, EN TUI
Historias de amor y superación
“Iste vaise e aquel vaise, e todos, todos se van, Galicia, sin homes quedan que te poidan traballar”. Así describía la poetisa gallega Rosalía de Castro, en su libro ‘Follas novas’, el fenómeno de la emigración que a finales del siglo XIX asolaba Galicia.

“Iste vaise e aquel vaise, e todos, todos se van, Galicia, sin homes quedan que te poidan traballar”. Así describía la poetisa gallega Rosalía de Castro, en su libro ‘Follas novas’, el fenómeno de la emigración que a finales del siglo XIX asolaba Galicia.
Por aquel entonces, era una estampa cotidiana ver en el puerto de Vigo a miles de hombres, la mayoría pertenecientes al rural, que se despedían con tristeza de su familia y embarcaban con destino a América, una tierra desconocida a la que partían con cierto temor y desconfianza, para hacer realidad su sueño: volver ricos.
La mayoría llevaba su maleta medio vacía. Un par de mudas y algo de dinero necesario para pagar el pasaje y los primeros días de estancia hasta encontrar un trabajo donde, en muchas ocasiones, eran tratados como exclavos.
Así lo narra, la filóloga María Josefa Fernández en su libro ‘A nosa xente emigrante’, una obra cuya primera parte se basa en estudios bibliográficos sobre el fenómeno de la emigración en Tui (Pontevedra), mientras que la segunda narra diecisiete historias escritas en prosa y tres en verso sobre las situaciones y sensaciones de los vecinos de la parroquia tudense de Paramos que dejaron su tierra en busca de un porvenir.
Éste fue el caso de Juan, un hombre que emigró a Cuba en 1919 dejando atrás a su mujer y su hijo con el fin de regresar rico. Sin embargo, este tudense encontró en la Isla ‘el amor verdadero’ cuando conoció por casualidad a la hija del capataz de la plantación de caña de azúcar donde trabajaba desde su llegada a Cuba. Fue de esta forma como se olvidó por completo de su familia en España para crear otra nueva en el país caribeño, aunque todo se truncó cuando su familia en Paramos envió a un hombre en su búsqueda que descubrió su situación. Tras este encuentro, su mujer fue consciente de que le había mentido y lo apartó para siempre de su vida y de la de su hija. Con la llegada de Fidel Castro al poder, decide volver a su tierra con el próposito de que le perdonen, algo que finalmente sucede.
Esta historia, que aparece recogida en ‘A nosa xente emigrante’, es relatada por su nieto desde la perspectiva de un niño de 10 años que un 24 junio conoce a su abuelo y que, con el tiempo, logra establecer una estrecha relación y se convierte en su confidente.
Sin embargo, el gran éxodo en la parroquia de Paramos tuvo lugar en la década de los 60 cuando un gran número de vecinos dejaron el campo y decidieron desplazarse a Europa, la mayoría a Alemania y Suiza.
Evaristo, Celina, José y Vita, Ramón y Olivia son algunos de los nombres de estos ‘héroes’ que decidieron partir hacia países que no tenían el más mínimo parecido con la lengua y las costumbres españolas, motivos por los que muy pocos cogieron arraigo en el país de acogida y es que, como explica María Josefa Fernández, “casi todos pensaban que se iban por unos años para hacer su casa, tener un nivel económico-social un poco más aceptable, poder darle estudios a sus hijos y venirse enseguida”. De hecho, “cuando sus hijos tenían una edad para ir al colegio los mandaban con sus abuelos para que estudiasen en España y no se acostumbrasen a la vida de allá porque sino iba a ser más difícil volver” y es que, “Galicia es Galicia”.
Así pues, detrás de estos nombres casi siempre se encuentran historias de amor que a pesar de la lejanía mantenían unida a la familia. Un ejemplo de ello se encuentra en la vida de Evaristo, un ebanista, hijo de un emigrante a Norteamérica, que dejó a su mujer, Leonila, a punto de dar a luz y a su hijo para emprender camino a Alemania en 1961, una época donde la posibilidad de mantener el contacto era muy difícil debido a la censura, tanto es así que, como explica su mujer, “aún no tenía carta de él y ya había nacido la niña”.
Durante los cinco años que duró su estancia en el extranjero, Evaristo tuvo que hacer frente, además de a la morriña y a la soledad, a las dificultades que le planteaba el alemán. Sin embargo, también tuvo la oportunidad de entablar amistad con otros emigrantes, andaluces y gallegos, aunque tras su regreso perdió el contacto.
Cuarenta y dos años después de regresar de Alemania, Leonila reconoce que fue necesario emigrar para prosperar, pero Evaristo prefiere no pensar si realmente mereció la pena realizar ese esfuerzo.
Lo cierto, es que la vida del emigrante es muy dura aunque quizás sea más complicada la de la mujer que se queda en Galicia y se queda a cargo del campo, los niños, la casa y el cuidado de los abuelos. Como Leonila dice, “yo no sé cómo me las arreglaba para hacer las cosas”.
A pesar de que en la mayoría de los casos eran los hombres quienes dejaban su hogar, también hubo excepciones como el caso de Celina, una mujer que en 1963 hizo la maleta para trabajar, durante cuatro años, en una empresa alemana que se dedicaba a la fabricación de latas, dejando a los niños a cargo de la abuela, una figura que jugaba un papel fundamental para que los jóvenes pudiesen emigrar.
Tanto es así, que ‘A nosa xente emigrante’, un trabajo realizado de forma desinteresada y con fines culturales, es un homenaje para los emigrantes, pero también, según indicó María Josefa Fernández, “para todas esas abuelas que se quedaron con los nietos”, que asumieron su educación así como el trabajo de la casa y del campo. Este libro también pretende expresar a través de un poema “una especie de comunión de acogimiento del emigrante, del señor mayor que se marchó hace mucho tiempo, volvió a la tierra y que ahora acoge a ese inmigrante que viene buscando algo especial”, ya que, como indica su escritora, “nosotros como pueblo emigrante somos los que estamos más capacitados para acoger a esa gente que viene porque, de hecho, nosotros salimos algún día”.
Por aquel entonces, era una estampa cotidiana ver en el puerto de Vigo a miles de hombres, la mayoría pertenecientes al rural, que se despedían con tristeza de su familia y embarcaban con destino a América, una tierra desconocida a la que partían con cierto temor y desconfianza, para hacer realidad su sueño: volver ricos.
La mayoría llevaba su maleta medio vacía. Un par de mudas y algo de dinero necesario para pagar el pasaje y los primeros días de estancia hasta encontrar un trabajo donde, en muchas ocasiones, eran tratados como exclavos.
Así lo narra, la filóloga María Josefa Fernández en su libro ‘A nosa xente emigrante’, una obra cuya primera parte se basa en estudios bibliográficos sobre el fenómeno de la emigración en Tui (Pontevedra), mientras que la segunda narra diecisiete historias escritas en prosa y tres en verso sobre las situaciones y sensaciones de los vecinos de la parroquia tudense de Paramos que dejaron su tierra en busca de un porvenir.
Éste fue el caso de Juan, un hombre que emigró a Cuba en 1919 dejando atrás a su mujer y su hijo con el fin de regresar rico. Sin embargo, este tudense encontró en la Isla ‘el amor verdadero’ cuando conoció por casualidad a la hija del capataz de la plantación de caña de azúcar donde trabajaba desde su llegada a Cuba. Fue de esta forma como se olvidó por completo de su familia en España para crear otra nueva en el país caribeño, aunque todo se truncó cuando su familia en Paramos envió a un hombre en su búsqueda que descubrió su situación. Tras este encuentro, su mujer fue consciente de que le había mentido y lo apartó para siempre de su vida y de la de su hija. Con la llegada de Fidel Castro al poder, decide volver a su tierra con el próposito de que le perdonen, algo que finalmente sucede.
Esta historia, que aparece recogida en ‘A nosa xente emigrante’, es relatada por su nieto desde la perspectiva de un niño de 10 años que un 24 junio conoce a su abuelo y que, con el tiempo, logra establecer una estrecha relación y se convierte en su confidente.
Sin embargo, el gran éxodo en la parroquia de Paramos tuvo lugar en la década de los 60 cuando un gran número de vecinos dejaron el campo y decidieron desplazarse a Europa, la mayoría a Alemania y Suiza.
Evaristo, Celina, José y Vita, Ramón y Olivia son algunos de los nombres de estos ‘héroes’ que decidieron partir hacia países que no tenían el más mínimo parecido con la lengua y las costumbres españolas, motivos por los que muy pocos cogieron arraigo en el país de acogida y es que, como explica María Josefa Fernández, “casi todos pensaban que se iban por unos años para hacer su casa, tener un nivel económico-social un poco más aceptable, poder darle estudios a sus hijos y venirse enseguida”. De hecho, “cuando sus hijos tenían una edad para ir al colegio los mandaban con sus abuelos para que estudiasen en España y no se acostumbrasen a la vida de allá porque sino iba a ser más difícil volver” y es que, “Galicia es Galicia”.
Así pues, detrás de estos nombres casi siempre se encuentran historias de amor que a pesar de la lejanía mantenían unida a la familia. Un ejemplo de ello se encuentra en la vida de Evaristo, un ebanista, hijo de un emigrante a Norteamérica, que dejó a su mujer, Leonila, a punto de dar a luz y a su hijo para emprender camino a Alemania en 1961, una época donde la posibilidad de mantener el contacto era muy difícil debido a la censura, tanto es así que, como explica su mujer, “aún no tenía carta de él y ya había nacido la niña”.
Durante los cinco años que duró su estancia en el extranjero, Evaristo tuvo que hacer frente, además de a la morriña y a la soledad, a las dificultades que le planteaba el alemán. Sin embargo, también tuvo la oportunidad de entablar amistad con otros emigrantes, andaluces y gallegos, aunque tras su regreso perdió el contacto.
Cuarenta y dos años después de regresar de Alemania, Leonila reconoce que fue necesario emigrar para prosperar, pero Evaristo prefiere no pensar si realmente mereció la pena realizar ese esfuerzo.
Lo cierto, es que la vida del emigrante es muy dura aunque quizás sea más complicada la de la mujer que se queda en Galicia y se queda a cargo del campo, los niños, la casa y el cuidado de los abuelos. Como Leonila dice, “yo no sé cómo me las arreglaba para hacer las cosas”.
A pesar de que en la mayoría de los casos eran los hombres quienes dejaban su hogar, también hubo excepciones como el caso de Celina, una mujer que en 1963 hizo la maleta para trabajar, durante cuatro años, en una empresa alemana que se dedicaba a la fabricación de latas, dejando a los niños a cargo de la abuela, una figura que jugaba un papel fundamental para que los jóvenes pudiesen emigrar.
Tanto es así, que ‘A nosa xente emigrante’, un trabajo realizado de forma desinteresada y con fines culturales, es un homenaje para los emigrantes, pero también, según indicó María Josefa Fernández, “para todas esas abuelas que se quedaron con los nietos”, que asumieron su educación así como el trabajo de la casa y del campo. Este libro también pretende expresar a través de un poema “una especie de comunión de acogimiento del emigrante, del señor mayor que se marchó hace mucho tiempo, volvió a la tierra y que ahora acoge a ese inmigrante que viene buscando algo especial”, ya que, como indica su escritora, “nosotros como pueblo emigrante somos los que estamos más capacitados para acoger a esa gente que viene porque, de hecho, nosotros salimos algún día”.