El sistema social de Galicia protege a miles de gallegos mayores gracias al SAF

Esteban Díez, sobre su asistente: “Cuando se va, me decaigo, pero estoy bastante bien”

Los gallegos mayores en situación de dependencia disponen de las herramientas que la Consellería de Política Social articula para colaborar en su bienestar. Una de ellas es el programa SAF (Servicio de Axuda no Fogar), que desarrolla en colaboración con los ayuntamientos, y que consiste en proporcionar atención domiciliaria a los mayores que están solos o que, viviendo con sus familias, carecen de medios necesarios para desarrollar sus tareas diarias. Esteban Díez Fontaneda es uno de ellos. A sus 90 años, vive solo en el municipio pontevedrés de Mos y lo que más necesita es sentirse acompañado.
Esteban Díez, sobre su asistente: “Cuando se va, me decaigo, pero estoy bastante bien”
Esteban Diaz
Esteban Díez, junto a su cuidadora.

Se levanta a las 9 de la mañana, se asea sin necesidad de ayuda y se hace su propia comida. Se le pasan las horas viendo la televisión –“La tele es mi querida, ahora”, comenta– y dando algún “paseíto” e incluso se ocupa de hacer la compra. La fruta es la base de su alimentación –“Como mucha fruta”, asegura– y se va a la cama sobre las 9.30 de la noche después de tomarse una taza de café con leche y una magdalena. El relato apenas sería relevante si no hiciera alusión a una persona de 90 años que vive sola –enviudó hace 16 años–, aunque, bien es cierto, no desamparada. El sistema social de Galicia lo mantiene bajo su ‘manto’ de protección, gracias al programa SAF, que la Consellería de Política Social desarrolla en colaboración con los consistorios gallegos, y el hombre lo agradece, sobre todo en invierno, cuando la llegada de la asistente que le proporciona el servicio se convierte para él en la única alegría de los días grises y tristes que caracterizan este periodo del año en la comunidad gallega.

“En el momento en que se marcha, comienzo a decaer”, asegura Esteban, en relación a su asistente, aunque añade: “Pero voy tirando para adelante”.

Esteban Díez Fontaneda, natural de Herrera del Pisuerga (Palencia), es uno de los beneficiarios del SAF, el servicio que las administraciones gallegas (Xunta y concellos) pusieron en marcha de manera conjunta hace años para prestar asistencia a los gallegos mayores en su propia casa, con el fin de que puedan seguir manteniendo contacto con el entorno en el que se desenvolvieron toda o buena parte de su existencia.

Vive en el barrio de San Rafael, en el ayuntamiento de Mos, desde hace 60 años cuando, acompañado por su esposa, Celsa, abandonó París, donde  se conocieron. El feliz encuentro tuvo lugar en un baile. Él trabajaba en el servicio de limpieza (ventanas y moquetas) y ella, en el servicio doméstico.

Tras contraer matrimonio en la ‘ciudad del amor’, Celsa arrastró a Esteban hacia Galicia poseída por ese apego exacerbado que todo gallego emigrado siente por su tierra, y Galicia también lo atrapó a él. Tanto, que “empecé a encariñarme y no fui capaz de marcharme”, asegura. 

Con el idioma, tiene sus más y sus menos. “Lo entiendo pero no lo hablo bien”, dice, a excepción de los tacos, que sí que parece le han quedado en la cabeza sin apenas esfuerzo, hasta el punto de que su esposa, en más de una ocasión, le recriminó. “¡Caramba, las palabras feas qué bien las dices!”.

El caso es que Esteban vive solo en San Rafael. Celsa falleció a causa de un cáncer cuando él tenía 76 años y la soledad le “pesa”, asegura. “Llevo muchos años de soledad. Algunos días estoy bajo de forma, y es que cada día soy más viejo”, relata, “pero estoy bastante bien”, añade, tratando de reponerse.

Ingresado por coronavirus

Esteban y Celsa tienen un hijo que, por cuestiones laborales, se ha visto obligado a desplazarse a Madrid a vivir y, aunque “viene de vez en cuando a hacer una visita”, las restricciones por el Covid-19 les impiden mantener el contacto físico acostumbrado. Esteban incluso llegó a verse afectado por lo que llama “esa enfermedad”, que fue capaz de superar, pese a su edad, aunque tuvo que estar ingresado dos meses en el Hospital Álvaro Cunqueiro, en Vigo. Comenzó a sentirse cansado y con dolor de cabeza, y fue precisamente la asistente quien lo derivó a los servicios sanitarios. Pero “yo no me acuerdo de casi nada”, comenta Esteban, quien se reconoce un hombre con una “fortaleza inmensa”. “Nunca he estado enfermo; siempre he tenido una salud de hierro”, asegura.

En su caso, piensa que el coronavirus se lo contagió el taxista que lo lleva de vez en cuando a Porriño a hacer la compra. “El también estuvo mal, pero lo curó en casa”, dice, aunque en su caso, necesitó ingreso hospitalario.

La situación por la que atraviesa Esteban es una constante en esta Galicia longeva y envejecida en la que cada vez son más los gallegos o residentes que necesitan cuidados para vivir su vejez con cierta dignidad. Algunos están solos. Otros se encuentran amparados por el ambiente familiar, pero las condiciones de la vida moderna, que contemplan el trabajo fuera de casa tanto del hombre como de la mujer, les abocan a pasar buena parte del tiempo en soledad, lo que trata de ser paliado con programas como el SAF.

En el caso de Esteban, lo cubre una mujer brasileña, Patricia de Souza, quien lleva en España 18 años, de los cuales, 8 los pasó en Galicia. Patricia estudió Magisterio y hoy en día se ocupa del cuidado de personas mayores, ayudándolas a realizar sus actividades diarias, como desayunar, asearse, hacer de comer o incluso llevar a cabo las tareas dmésticas. Pero en el caso de Esteban, no es necesario poner tanto empeño, porque él lo puede hacer casi todo: se asea, desayuna, se hace de comer y hasta va él mismo a la compra, con su ‘chófer’. Porque los años le obligaron a dejar aparcado, que no abandonado, su Renault 8 de toda la vida. El único coche que tuvo y cuidó con esmero y que todavía conserva. Pero el coche en sí, pese al apego, no le hace compañía y, desde abril, cuando se desató la pandemia, de llenar esa parte se ocupa Patricia, quien lo define como “un hombre increíble” al que le basta con proporcionarle un poco de ayuda psicológica para superar los pequeños ‘baches’ anímicos en que se ve sumido debido a su edad. “Son los 90 años que tengo”, lo justifica él.