BENITO SÁNCHEZ Y CONCHITA FERNÁNDEZ DEL CAMPO COMPARTIERON DESDE 1962 SU HISTORIA COMÚN DE EMIGRANTES EN ALEMANIA

La aventura vital de Conchita y Benito

Benito Sánchez y Conchita Fernández del Campo se conocieron el 1 de marzo de 1962 en Espira (Speyer), una de las ciudades más antiguas de Alemania, fundada por los romanos en la zona del alto Rin hace más de dos mil años. Su historia es una de las muchas de la emigración que pudieran, por lo inverosímiles, parecer inventadas por sus protagonistas, pero es sólo uno de los muchos episodios reales de la vida de los emigrantes que, en la década de los sesenta, llegaron a Alemania u otros países de Europa, jóvenes y llenos de ilusiones, para labrarse un futuro.
La aventura vital de Conchita y Benito
 Benito Sánchez y Conchita Fernández del Campo.
Benito Sánchez y Conchita Fernández del Campo.

Benito Sánchez y Conchita Fernández del Campo se conocieron el 1 de marzo de 1962 en Espira (Speyer), una de las ciudades más antiguas de Alemania, fundada por los romanos en la zona del alto Rin hace más de dos mil años. Su historia es una de las muchas de la emigración que pudieran, por lo inverosímiles, parecer inventadas por sus protagonistas, pero es sólo uno de los muchos episodios reales de la vida de los emigrantes que, en la década de los sesenta, llegaron a Alemania u otros países de Europa, jóvenes y llenos de ilusiones, para labrarse un futuro.

 

La historia comienza en Salamanca, donde Conchita conoció a una monja dominica de Espira que iba a España a reclutar a chicas jóvenes para trabajar en hospitales, residencias de ancianos y otras instituciones benéficas. Ella acababa de terminar sus estudios de piano, que realizó en Salamanca y en Madrid. Sin madre desde los 17 años, con cuatro hermanos a su cuidado, sin ninguna experiencia de la vida y un padre sumergido en una difícil situación laboral y económica, se sentía atrapada, “como en un túnel del que no ves el final”, según sus palabras, así que decidió irse a cualquier parte, salir de España. La monja de Espira podía ser la solución.
Como durante el franquismo las chicas en España no podían tomar decisiones sin autorización paterna antes de los 23 años, cuando Conchita se presentó ante la religiosa alemana ofreciéndose para irse con ella a trabajar, ésta  quiso hablar con su padre, que finalmente le dio la autorización de marchar, pero bajo la condición de que la propia monja se encargase de su tutela. 
Al llegar a Alemania, la joven profesora de piano pudo trabajar en el internado para niñas y jóvenes del convento de las dominicas, St. Magdalena Kloster, comunidad religiosa a la que pertenecía la monja que le había contratado en Salamanca. Por las mañanas ayudaba al personal en las labores del internado, por las tardes podía dar clases de piano a las internas.
Pero muy pronto comenzó a darse cuenta de que había salido de un túnel para meterse en una cárcel. No podía relacionarse con gente de su edad, no podía vestirse a su gusto, mucho menos ponerse pantalones, algo que para una chica de 19 años era incomprensible, “me sentía secuestrada”, recuerda. Comenzó a buscar amistades por correspondencia. Recibió varias respuestas, entre ellas, una de Benito, su esposo desde hace casi medio siglo. Se escribieron varias veces, pero de pronto y sin motivo aparente para ella, cesó la correspondencia. Una tarde, la monja que le custodiaba y posiblemente esperaba que acabase en el cenobio, se presentó con cuatro cartas de Benito en la mano, amenazándole con enviarla a España de nuevo, y quiso saber quién era ese hombre, qué hacía y con qué intenciones le escribía, así que lo citó al monasterio, donde los dos jóvenes iban a verse por primera vez. Luego, la religiosa y Benito mantuvieron una larga conversación de la que Conchita no pudo ser partícipe.  Parece que el español, que había abandonado poco antes una orden religiosa en España, causó buena impresión a la monja y, desde aquel momento, le autorizó a visitar a su protegida los sábados. A las seis de la tarde tendría que estar de vuelta en el internado.


Se casaron en el hospital de Mannheim
Benito había llegado el 6 de mayo de 1961 a Alemania, concretamente a la ciudad de Olpe, en Sauerland. El trabajo que tenía que realizar allí era demasiado duro para un muchacho que no estaba acostumbrado a trabajar físicamente. En cuanto pudo, buscó otra cosa. Cuando encontró un trabajo mejor en Mannheim, ciudad en la que todavía viven, quiso casarse enseguida, pero Conchita prefirió esperar unos meses más, hasta diciembre. A partir del momento en que fijaron la fecha de la boda, ella no vio un céntimo más de su salario. La dominica se lo guardaba para comprarle el ajuar.
Para estar más cerca de su novio y evitarle los largos desplazamientos de fin de semana, en los que no sólo invertía varias horas, sino que tenía que realizar seis transbordos en el camino, con la dificultad añadida de no saber apenas alemán, Conchita decidió dejar el internado y pudo emplearse en el hospital de Mannheim. Recuerda que el día que llegó a esa ciudad era especialmente frío, tanto que sus dos ríos, el Neckar y el Rin, estaban completamente helados y le sorprendió ver que había en ellos mucha gente patinando sobre el hielo.
Poco después de comenzar a trabajar en el hospital se sintió afectada por una anemia grave. Cuando llegó el momento de la boda todavía estaba enferma. Fue su prometido el que tuvo que encargarse de todos los preparativos para el enlace: arreglar papeles, buscar vivienda y hasta comprarle el traje de novia.
“Me bajaron vestida de novia en el ascensor que se usaba para subir y bajar las camillas de los enfermos”, recuerda la salmantina. Era el 8 de diciembre de 1962, el día de su santo. Su padre había venido desde España para acompañarle en un día tan especial. Les casó en la capilla del hospital un joven cura español, Isidro Hernán, que ahora cumple 75 años y deja su labor pastoral en Mannheim. Celebraron la boda allí mismo. Las monjas que asistían a los enfermos en ese centro hospitalario fueron las encargadas de prepararles el banquete nupcial.
Ya casados, les faltaba casi todo. Pero el amor supera todas las dificultades. Benito comenzó a cuidar a su mujer, le cocinaba los platos que más le gustaban y le ayudaba en todo. Poco a poco, ella se fue recuperando de su enfermedad. 
Benito trabajaba en la empresa BBC (ABB desde 1988), dedicada a la fabricación de turbinas y generadores para centrales eléctricas y de aparatos electrodomésticos. Conchita, ya restablecida, comenzó una formación profesional de química de laboratorio, empleándose luego en los Laboratorios Farmacéuticos Böhringer, donde permaneció hasta jubilarse. No tuvieron hijos, así que emplearon la mayor parte de su tiempo libre al voluntariado social, un trabajo que comenzaron un año después de su boda y al que todavía ahora, ya jubilados, siguen dedicándose.


Colaboración al entendimiento de los pueblos
Los españoles residentes en Alemania enseguida fundaron asociaciones, centros donde encontrarse, hacer amistades, hablar su lengua, apoyarse mutuamente y sentirse arropados en un país en que el frío no era sólo un dato meteorológico. También Conchita y Benito tomaron contacto con estas asociaciones y ya en 1963 comenzaron a realizar actividades socioculturales en Mannheim.
De 1963 a 1966, Sánchez dio clases de Español, Geografía e Historia de España a niños y jóvenes españoles de Walldorf-Heidelberg, lugar situado a unos 25 kilómetros de Mannheim. Las clases estaban patrocinadas por el Consulado General de España de Stuttgart y por el Ministerio de Cultura alemán. Con su esposa, organizaban fiestas para los niños, escenificaban sainetes y cantaban con ellos canciones populares españolas. En esa época, Benito entró a formar parte de la directiva de la Casa de España, que se había fundado ya en esa ciudad, y Conchita formó con los niños un grupo infantil de ballet que llegó a actuar en lugares públicos de la ciudad, como el Teatro Rosengarten.
Más tarde, en 1973, fundaron el coro ‘Los Ruiseñores Españoles’, para mantener en los hijos de los emigrantes vivo el interés por la música y la cultura española, pero con la intención de poder presentarla, además, al público alemán, colaborando así al entendimiento entre los pueblos. Esa era también la finalidad de la Sociedad Hispano-Alemana, fundada en Mannheim en 1992, de la que Conchita y Benito fueron cofundadores. En esa asociación él asumió la responsabilidad de controlar las cuentas durante seis años, para ocupar luego el cargo de tesorero durante otros diez.
Al lado de su trabajo en el laboratorio, Conchita estudió dirección coral, titulándose como directora de coros en la Escuela de Música de Mannheim en 1983. Fue a partir de este momento cuando decidieron fundar el coro de mayores ‘Coral Cantares’, que en septiembre de 2008 cumplió 25 años de existencia, y en el que podían participar no sólo personas españolas, sino también de otras nacionalidades. Entre las numerosas actuaciones de ese coro cabe destacar su participación en la Fiesta de Teatro Nacional, ‘Teatro contra el racismo’, en Mannheim, en 1993, un evento del que cuentan, no sin cierto orgullo, que había asistido a la actuación el embajador de España en Alemania de aquel momento. El coro participó también en una fiesta homenaje al rector de la Universidad en el ‘Teatro Rosengarten’, en 1997, así como en el Concierto de Verano en el Palacio Neckarhausen, en 1999, en la Fiesta de Verano del ‘Luisenpark’, en 2001; en la iglesia de los Jesuitas con motivo del 450° aniversario de la muerte de San Francisco Javier, en 2002, y en un concierto benéfico para la Cruz Roja en Mannheim-Feudenheim en ese mismo año. Actúan también para centros locales de mayores, la última vez en  2008, durante una ‘Tarde Española’ organizada en la residencia ‘Pro Seniore’.