Opinión

Cartas de 1914

El Ministerio de Justicia británico ha decidido desclasificar las cartas que, a modo de testamento, enviaban sus soldados desde el frente durante la I Guerra Mundial, hace ahora cien años. Por la posición asignada en una trinchera, un soldado podía adivinar el día y la hora de su muerte en el foso. Con una tristeza infinita ante la fatalidad impuesta por políticos de sangre azul y sentido de la patria similar al de la Alemania hitleriana, los soldados escribían a las familias sus últimas lágrimas. Miles de ellos, aun volviendo a casa, tuvieron peor suerte por su estado mental. El síndrome de estrés postraumático del que tanto se habló a partir de Vietnam se empezó a diagnosticar a escala en la I Guerra Mundial, pero estaba tan mal considerado en aquella Europa pedante y artificial que las propias potencias y los familiares lo taparon y sepultaron a sus enfermos en sanatorios mentales de espanto. Las grabaciones existentes sobre estos enfermos temblorosos deberían hacer pensar a los que todavía hoy hacen estética de las guerras para trepar en la política, para vender películas o para aumentar audiencias mediáticas. Cifras de muertos aparte, la guerra del 14 fue moralmente peor que la II Segunda Guerra Mundial, pero la historia la escriben los vencedores y los poderosos en cada país, y es más fácil escribir contra Hitler que contra la amoralidad diplomática y el ánimo belicoso de todas las potencias e imperios europeos, de todos. El clima de principios del siglo XX, del que aprendimos menos de lo que se dice, explica mucho de lo que ocurre hoy en día, con ultranacionalismos que no tienen reparo en codearse con el nazismo –como estos días en Ucrania– y con una prensa europea que sólo atiende a los intereses económicos de sus dueños en la región.