Opinión

Cocina Gallega: Lejanías

Lejanías, titulé una crónica publicada en este mismo medio hace unos años, e incluida en mi libro ‘Crónicas & recetas’ (Editorial Alborada, 2017). Como la RAG decidió este año dedicar el Día das letras galegas 2023 a Fernández del Riego, y precisamente mencionaba entonces al insigne escritor, ensayista, intelectual y político, fundador de la Editorial Galaxia, me pareció de interés compartir nuevamente con los lectores la reseña, con muy pocas modificaciones, ya que la temática tratada mantiene, para bien o para mal, absoluta vigencia:

Cocina Gallega: Lejanías

“Escribe Fernández del Riego, a propósito del poeta y periodista Francisco Añón, cuya azarosa vida transcurre, especialmente a raíz, y a partir de su participación en la revolución de 1846, en el destierro; ya en Portugal, Francia o Italia, ya en Andalucía o Madrid. Poeta menor para muchos (y tal vez por ello uno de los más populares en Galicia), muerto en la más extrema pobreza y abandono, enterrado, él y sus sueños, en el osario común del cementerio de Madrid, lejos de Galicia, de su Outes natal, y cito traduciendo a vuelo de golondrina: ‘El poeta, más que como poeta, nos interesa como hombre y como gallego (¡vaya honor!). Su acento humano se encuentra fuertemente arraigado en la esencia de su tierra. No en vano, su vida (la vida del poeta) es un triste transcurrir del tiempo lejos de la patria, la tierra madre. Galicia es así, para él, una dolorosa lejanía, paisaje entrevisto más que con la cabeza, con el corazón. Las desventuras personales, la tristeza de sus días, se añaden a una suprema amargura, la morriña que produce el alejamiento de la tierra que lo viera nacer. Lejos esta la tierra verde, gentil. Es la dulce amada prisionera en el castillo, rodeado de fosos y cruces de camino. Así, el desterrado redescubre el paisaje gallego a la distancia. Lo evoca, entre la niebla de apasionados recuerdos. La lejanía que evoca el poeta, siendo tan concreta, tan luminosa, de tan claro relieve, tan bella, es, al mismo tiempo, una lejanía anímica; una distancia temporal entre los ojos que ven y los que recuerdan’. Nació Francisco Fernández del Riego en tierras lucenses, en Vilanova de Lourenzá, entre el verde paisaje rural y la cercanía de los aires marinos de las costas cantábricas, en 1913. Y describe, al hablar de Añón, y seguramente sin proponérselo, el estado de ánimo de los emigrantes, desterrados, exiliados, los que se aferran a la patria desde lejos, mordiendo en el día a día, con la determinación del náufrago, el dolor de lejanía que no cesa. Porque mantener vivo el recuerdo, las imágenes, aromas y sonidos, dan sentido a cada suceso acaecido lejos del lugar de nacimiento, y aunque duelen cual heridas eternas, refuerzan la identidad y permiten paradójicamente amar con más intensidad la tierra adoptiva sin que el sentimiento patriótico se resienta un ápice. Sin duda, la perspectiva que otorga la distancia abre la posibilidad de una mirada original, diferente del que esta inmerso en el objeto observado. Esa distancia permitió a hombres como Castelao, Blanco Amor, Otero Pedrayo, Varela, Seoane (en permanente viaje circular), ver con claridad el pasado, el presente y el futuro de Galicia sin el velo, el vapor o el aliento, que empaña el espejo cuando acercamos el rostro, y apenas vislumbramos una imagen fragmentada de nosotros mismos. Sin embargo, políticos y funcionarios, a pesar de citar a los nombrados en los discursos, no siguen el ejemplo de sentir el patrimonio cultural atesorado en la diáspora como propio. Caballero Bonald, nacido en Jerez de la Frontera en 1926, de padres cubanos, vive luego en Colombia, y allí publica su primera novela, engendra un hijo. Seguramente poseedor de esa mirada, ese distanciamiento geográfico que acorta distancias con el suelo nativo, termina creando una extensa obra, especialmente poesía, género del que dijo: “la poesía puede corregir las erratas de la historia”, recibió con justicia el premio Cervantes. Quién sabe si de no haber regresado a la Península la historia fuera distinta, si en la Corte o en la Academia se enterarían de su existencia (el centralismo es cosa seria). Son muy pocos los creadores radicados en el exterior que reciben atención desde Madrid, ni siquiera, por lo que nos toca, desde Santiago. Sin embargo, aletea el espíritu gallego debajo de la piel cuando leemos a Fernández del Riego, aquí, allí, lejos: ‘E amabre o ambente dista pequena aldea, situada nun pedunco do esteso val, coa mar os pes. Dibuxanse o lonxe, as cristas neboentas das illas…’ o ‘Ista maña e unha maña de fina choiva. Ollanse as cousas tras dunha gasa de auga azuada. A veces para de chover, o ceo acrarase supetamente, e producese un alfilerazo de frío’.

Y aun desde una gran ciudad como Buenos Aires se mantienen firmes los lazos afectivos con las imágenes de la tierra. Aquí mismo, sentado una tarde de otoño a orillas del Río de la Plata, absorto, dejando que los pensamientos se fueran con el agua oscura hacia el ancho mar, escribí mi ‘Retrato de aldea’: “Axitase, no outono,/ con mil lampos dourados./ A tua palabra agroma/ a partir do fondo do val,/ e as nosas intimas historias/ (como unha Santa Compaña)/ divirtense dando brincos/ nas nubes,/ que rozan os tellados/ con dedos de amante antiga./ Es como a miña terra,/ difícil de arar, sen nome./ Pero o teu corpo ofrecese/ a pertinaz chuvisca/ axitado, mudo, baixo a herba que treme”. Lonxe, tamen somos Galicia”.

Riñones estofados

Ingredientes: 750 grs. de riñones de ternera, 1 vaso de vino blanco, 2 zanahorias picadas, 1 cebolla picada, 3 dientes de ajo picados, 2 hojas de laurel, 5 granos de pimienta negra, sal, pimienta. Perejil picado, aceite de oliva.

Preparación: Limpiar los riñones, lavarlos debajo del agua corriente. Cortarlos en trocitos y dorar en 2 cucharadas de aceite. Escurrir y salpimentar. Sofreír en el mismo aceite las verduras. Cuando estén tiernas, incorporar los riñones, los granos de pimienta, el perejil, el laurel y el vino. Cocer a fuego lento y dejar reducir la salsa. Servir calientes.