Opinión

Cocina Galega: Mi primera experiencia con el llanto de las tipas

Mi primera experiencia con el llanto de las tipas, real, fue en la acera del restaurante Morriña, sobre el boulevard Olleros, en el barrio de Belgrano de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires hace una década. Sucedió en una noche de verano, sentado en una de las mesas al aire libre acompañando a un amigo que me visitaba antes del despacho nocturno.

Cocina Galega: Mi primera experiencia con el llanto de las tipas

Mi primera experiencia con el llanto de las tipas, real, fue en la acera del restaurante Morriña, sobre el boulevard Olleros, en el barrio de Belgrano de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires hace una década. Sucedió en una noche de verano, sentado en una de las mesas al aire libre acompañando a un amigo que me visitaba antes del despacho nocturno. Como sucede con la mayoría de los llantos ajenos, al principio no lo reconocí como tal; supuse era lluvia, molesta, gotas gordas que caían de tanto en tanto, marcando su presencia, pero sin acariciar la piel como una garua que se precie de tal, o una chuvia miudiña galega. Luego, alguien me desasnó al decirme que las tipas, esos altos árboles que daban una buena sombra en el hermoso boulevard también lloraban. Dicen que fue Sarmiento quien impulsó la plantación de tipas, lo real es que a fines del siglo XIX y principios del XX, Carlos Thays, el gran paisajista a quien tanto le debemos, difundió el uso de este árbol para adornar parques, paseos, avenidas y boulevares. Claro que tipa o tipo, también es un término referido a mujeres u hombres cuyo nombre se ignora, y se puede utilizar de manera peyorativa, descalificando a la persona. Por supuesto que, en lo que concierne a la crónica de hoy, ‘El llanto de las tipas’ es el ingenioso título de la última novela de Mirta Pérez Rey (Ediciones B), y mi segunda experiencia con el peculiar llanto vegetal, ya no como víctima de húmedas e impertinentes gotas, sino como lector afortunado, que se reconoció en Fernando, uno de los personajes, que le recrimina a su madre sentarse siempre en el mismo banco de la plaza del Congreso, debajo de unas tipas, soportando que sus ‘lágrimas’ los mojen. La madre responde que “sempre hay distintas formas de ver as cousas; puedes creer que el llanto de las tipas es triste y deixarte invadir por su tristeza, o puedes verlo como un regalo, pero nunca olvides que tú decides como o ves…”

De igual manera, con distintos puntos de vista (todo es según el cristal con que se mire), se pueden contar historias de emigrantes devenidos en inmigrantes en Argentina, u otros países. Aunque la emigración masiva se considera, con razón, una epopeya colectiva, la mirada individual, influenciada por la propia experiencia, del que cuenta o escribe, puede dar un tono pesimista u optimista a la historia. Pérez Rey, retoma en esta novela algunos personajes de ‘Encajes de dos orillas’ (su primer libro, publicado inicialmente como ‘De morriñas y muiñeiras’ en el marco del proyecto de Mecenazgo Integración Compostelana-Porteña, Ediciones Centro Betanzos, en el que también se publicó mi libro ‘Cocina gallega con un toque porteño’), y acentúa un estilo propio, una escritura que, con un ritmo propio de la oralidad, cuenta sus historias de tal manera que el lector se siente atrapado hasta el final. Me recuerda las noches en la lareira de mi casa natal a metros del rio Sil, oyendo los cuentos y leyendas que relataban los mayores, mezclando suspenso, magia y misterio a la luz del candil. La autora, hija de madre gallega (gallega hija, parafraseando al recordado Rodolfo Alonso), construye sus personajes desde la ficción, pero haciéndolos muy reconocibles a nuestros ojos; son seres de ‘carne y hueso’, con cualidades y defectos, antihéroes entrañables que viven (los mayores) el destierro con dignidad, y acompañan a los nacidos en la tierra de acogida para que se sientan arraigados, hijos del país que también, de alguna manera se convierte en la patria de quienes saben que el regreso a su tierra de origen es imposible, que apenas podrán paliar la morriña manteniendo las costumbres, la gastronomía, la música, divulgando su cultura para que las nuevas generaciones no la olviden.

Tal vez la moraleja que se me ocurrió al finalizar la lectura de ‘El llanto de las tipas’, es que, a pesar de los desencuentros, rencores, y peleas, los caminos tienden a converger en uno solo cuando hay ‘buena leche’ y humildad; cuando se entiende que no siempre el Otro es un enemigo, a lo sumo un adversario circunstancial, y que el Amor tiende puentes donde no los hay. No es menor esta visión cuando bien sabemos que, al igual que los personajes de esta novela, la mayoría de los inmigrantes tienen detrás guerras, penurias, secretos familiares, prejuicios que en muchos casos impidieron lograr una felicidad plena. En fin, Fernando, el personaje que se siente molesto por el llanto de las tipas en el banco de la plaza del Congreso, es cocinero y tiene tres hijos (como este cronista), y allí mismo encuentra el amor en una bailaora de flamenco mucho mayor, que recala en él como en un puerto definitivo, aquí mismo, en esta orilla del Rio de la Plata. El escenario principal donde se mueven los personajes, al margen de referencias a Europa o México, es en la Avenida de Mayo y alrededores, el café Tortoni; una geografía que, por años, antes de la actual decadencia, fue considerada la arteria más española de Buenos Aires, por sus bares, restaurantes, colmaos, y el público que frecuentaba la zona. Créanme, Mirta Pérez Rey escribió una bella historia de amor, de las que no inspiran lágrimas al final sino una sonrisa, una mirada indulgente, llena de esperanza. Camino al corolario habitual de esta columna, no tengo más opción que compartir una receta que figura en el libro.

Tarta de Santiago

Ingredientes: Para la base: 1 huevo, 100 grs. de manteca y 150 grs. de harina. Para el relleno:  500 grs de almendras molidas, 500 grs de azúcar, 1 cucharadita de canela, 1 copa de licor dulce (de almendras es buena opción), 8 huevos. Para la cubierta: azúcar impalpable, plantilla con cruz de Santiago.

Preparación: Preparar una masa con un huevo, la manteca, la harina, y agua templada si es necesario. Hacer un bollo, cubrir con film y dejar reposar 30 minutos en la heladera. Luego estirarla y cubrir un molde con bordes bajos enmantecado. En un recipiente profundo disponer las almendras molidas, el azúcar, y la canela, mezclar bien. Añadir los huevos batidos y el licor. Mezclar enérgicamente. Cuando se haga una pasta homogénea, verter sobre el molde y llevar a horno moderado, hasta que esté dorado (1 hora aproximado). Retirar y dejar enfriar. Colocar la plantilla con la cruz en el centro, y espolvorear azúcar impalpable. Retirar la plantilla con cuidado y servir.