Opinión

‘Trago amargo’, tango de Rafael Iriarte y Julio Navarrine

‘Trago amargo’, tango de Rafael Iriarte y Julio Navarrine

Trago amargo alcanzó un éxito sin precedentes el día de su estreno en el año 1925 y con la letra de Julio Navarrine (1889-1966) y con la música de Rafael Iriarte, quien había nacido en 1890 –el mismo año en que naciera Carlos Gardel en la ciudad francesa de Toulouse– para fallecer en 1961. ¡Esplendente época del tango-canción! “Lealmente, Trago amargo no era un tango de excepción. Era simplemente un tango exitoso. Su letra tenía un tinte melodramático campero, de fácil acceso al sentimentalismo ‘del más vasto sector’. La mejor virtud de su música era no alardear de ninguna: dejar que en la opinión del oyente se reafirmara su origen: ‘el tango de un guitarrero’. Dicho así, sin ambages, y con el mayor respeto por lo que representa en el lirismo popular un guitarrero criollo. También así queda dicho que era un sencillo y bien sonante tango”, escribe el sin par Francisco García Jiménez en su insoslayable libro Así nacieron los tangos, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1980.
Si reflexionamos acerca de los versos de Navarrine, quien junto a su hermano Alfredo fue un admirable propulsor de los primerísimos cuadros folclóricos teatrales –y autores ambos de sendos tangos muy celebrados por el público–, habrá que resaltar cómo se habían condicionado al tema musical merced a una especial puja de frases imperativas: “¡Arrímese al fogón, viejita, aquí a mi lado!/ ¡Ensille un cimarrón, para que dure largo! ¡Atráquele esa astilla, que el fuego se ha apagado!/ ¡Revuelva aquellas brasas y cebe bien amargo! ¡Alcance esa guitarra de cuerdas empolvadas,/ que tantas veces ella besó su diapasón!”.
El tango tuvo su estreno en el porteñísimo teatro ‘Maipo’ durante una de las temporadas de ‘revistas’, a mitad de los años veinte del pasado siglo XX. Cuando su dilatada popularidad había ya comenzado a decaer, curiosamente habría de corresponderle idéntico escenario para la misión de elevarlo de nuevo al clima de éxito obtenido por las composiciones populares. El caso es que ello aconteció por la senda de la parodia. No de algún que otro hecho de la actualidad glosado con la letra del tango, sino que fue una realidad más original en cuanto al ingenio. ¡La propia letra puesta en acción en un cuadro de ‘revista’! ¡Quién vería a aquel gaucho melodramático, dirigiéndole toda la ristra de mandatos a la madre, así como reservándose para él, por toda faena, el empinarse el codo con la botella de caña! Y la pobre vieja –de acá para allá, como maleta de loco– sin saber si arrimarse al fogón, si ensillar el cimarrón, si atracarle la astilla al fuego y revolver las brasas, si alcanzarle la guitarra o arrancarle primero la cinta, si secarse las lágrimas, si volver a cebar al “amargo” o bien si –ya exhausta–, después de buscar un crespón para la guitarra, inclinarse, al fin, ante la Virgen…Y además exclamando: “¡Ufa!”. Y todo para pedirle que al hijo mandón le colocase “el motor en punto muerto”. Y que a ella le concediera vacaciones…
El músico Rafael Iriarte era un fervoroso guitarrista del tango. Nacido en un barrio del sur de Buenos Aires, su primer fogueo artístico fueron los cafés con música tan famosos de la calle Corrientes. Después, el espaldarazo en los teatros ‘Nacional’ y ‘Apolo’, ‘Porteño’ y ‘Empire’. Acompañó a una galaxia de cancionistas y cantores como Saúl Salinas, Rosita Quiroga y Magaldi. También a Charlo, Ignacio Corsini, Libertad Lamarque. Iriarte era, por su movilidad y ojitos vivos, apodado ‘El rata’.