Opinión

Tensiones políticas en Venezuela entre Miranda y Bolívar

“Miranda se confesaba vencido. De Nueva Granada, del Orinoco avanzaban los españoles. En las grandes haciendas ocurrían levantamientos de esclavos y degollaciones. El enemigo, dueño de casi todo el país, amenazaba la capital y Monteverde, el afortunado general ‘realista’, se adueñaba de las abundantes municiones de Puerto Cabello. ¿Le era imposible a Miranda continuar la lucha contra el ejército español? Las posiciones de éste eran más ventajosas, pero sus tropas equivalían, poco más o menos, a las de Miranda, quien disponía aún de cinco mil hombres. ¿Por qué este ilustrado y valiente militar se rindió sin combatir?”, leemos en las páginas escritas por el historiador de origen alemán Émil Ludwig en su trascendental obra Bolívar. El caballero de la gloria y de la libertad, editorial Losada, S.A., Buenos Aires, 1958, tercera edición.

Tensiones políticas en Venezuela entre Miranda y Bolívar

Miranda, pues, se encontraba desengañado. Tras muchos años de combate apasionado, vivía, al cabo, la hora de la libertad. Pues, en efecto, la patria que había desconfiado de él, si no lo convocó, cuando menos lo aceptó bien. Incluso –ya en el instante de la angustia– lo designó como, así decían, “dictador”. Ahora bien, transcurridos los sesenta años, se vio obligado a finalizar su obra de político e iniciar la de soldado. Y en ese punto también le había fallado el único hombre de quien podía aguardar algo beneficioso. Doce días después de la derrota en Puerto Cabello, Miranda determinó entregarles el país a los españoles.

Entre tanto, Bolívar acababa de vivir tres desasosegantes semanas entre Caracas y Puerto Cabello. “¡Qué tremendo golpe debió ser para él la noticia de la capitulación!”, señala el historiador Ludwig. Teniendo presente su temperamento, su estado de ánimo nunca habría asumido el hecho de deponer las armas. Miranda era objeto de animadversión, considerándolo traidor. “Su resentimiento, inspirado por el patriotismo o por remordimientos de conciencia, se trocó súbitamente en odio”, agrega el historiador Émil Ludwig.

Alcanzado aquel estadio de desesperación, no se precisaba ya nada para impeler a Bolívar a llevar a término una “locura”. El comandante le confió –además de a otros amigos– que Miranda, con mucho dinero, deseaba zarpar al día siguiente a bordo del velero inglés. Todo pareciera una “conspiración” nacida de la boca del comandante, en cuya casa se habían reunido ocho oficiales durante la noche en un “consejo de guerra”. El caso es que no hay nadie para juzgar a Miranda, que huye, según sus enemigos, “pagado por los españoles para entregar el país a la esclavitud”.

Miranda fue arrestado. A la mañana siguiente el general español ordenó cerrar el puerto, dando la orden de detener a quienes se distinguieron en la “revolución”. A Miranda lo trasladan a Puerto Cabello: la fortaleza derrotada de Bolívar. Más tarde, a Puerto Rico y, dos años después, a una prisión de Cádiz, de nefasta nombradía, donde –encadenado al muro– murió al cabo de otros dos. Inscrito está su nombre, junto con otros trescientos generales, en el “Arco de Triunfo” de París. Su sepulcro, en Caracas, se alza al lado del de Bolívar. Allí no estuvieron sus cenizas, pues fue enterrado por los españoles.