Opinión

‘Tangueces y lunfardismos del rock argentino’, Gobello y Oliveri

‘Tangueces y lunfardismos del rock argentino’, Gobello y Oliveri

“Lo hecho por el tango ha sido humanizar la cultura rockera, mediante sus arrebatos de amor-pasión –no confundir con amor-sexo– y con la melancolía que arrastra desde hace no menos de 80 años. El tango se ha inculturizado en el rock desde el día mismo en que Javier Martínez, Pajarito Zaguri y Movis trataron de hacer una música más de onda, un new-tango menos jerarquizado que el de Piazzolla pero igualmente auténtico. La fidelidad de Piazzolla al bandoneón, que siempre me ha conmovido, era fidelidad al tango; la incorporación del bandoneón a la estética rockera es fidelidad a las raíces musicales de la porteñidad –las del criollismo búsquense en la vieja viola garufera y vibradora del oriental Correa–. No creemos en que los vates rockeros se hubieran propuesto expresamente reflejar en sus versos la esencia del tango sino que más bien mostraron su hilacha tanguera que les viene de fábrica”. Así escribe el recientemente desaparecido y nonagenario y brillante filólogo Don José Gobello, el que durante varias décadas fuera presidente de la Academia Porteña del Lunfardo de Buenos Aires, además de histórico miembro fundador de la nobilísima institución cultural cuyo lema es “El pueblo agranda el idioma”. Este texto corresponde a la ‘Nota Bene’, de carácter prologal, del libro Tangueces y lunfardismos del rock argentino, firmado por José Gobello y el joven periodista y ensayista y musicólogo Marcelo Héctor Oliveri, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 2001. Con el diseño de tapa a cargo de Estudio Manela y Asociados y G. Soria, Oliveri señala como dedicatario “A Julio Irigoyen, que me hizo entrar al mundo del periodismo sin darme cuenta”. Mientras que Gobello expresa: “A Darío Quintana y Marcelo Gobello, que me hicieron entrar en el mundo del rock”.

Con “Lunfardía” en el recuerdo, el libro de Gobello, publicado en 1953, como dijera Julián Centeya, sentimos “la yuga, o sea, la llave que abre el universo del lunfardo”. He ahí la “musa arisca” de Villoldo, el tomito de Dellepiane y las Memorias de un vigilante publicadas por José S. Álvarez –‘Fray Mocho’– en 1897. No obstante, dieciocho años antes, en 1879, Benigno B. Lugones publicaba lo que ciertamente significa el más antiguo documento de la jerga porteña lunfardesca. Voces que registra en Los beduinos urbanos y en Caballeros de industria, ambos aparecidos en el diario La Nación, el 18 de marzo y el 6 de abril de 1879, respectivamente.

Evocamos a figuras como ‘Minguito Tinguitella’ y a ‘Paolo el roquero’. A los ‘chetos’, a Miguel Cantilo y a Rubén Rada. Reflexionamos en torno a los ‘tanguismos’ y el célebre ‘El ciruja’, cantado por Carlos Gardel. No olvidamos a Don Ben Molar, “un hombre clave como fabricante de artistas” durante los fructíferos años de la década de 1960 y siguientes. “Mirando las nuevas olas”, rememoramos ‘Cocinera’; aquellos dos éxitos del ‘Club del Clan’, ‘Despeinada’ de Palito Ortega y ‘El tangacho’ de Raúl Lavié. Asimismo es en el ‘Nacimiento en Villa Gessell’ cuando nos hallamos ante ‘Rebelde’ y ‘No finjas más’. Ahora bien, ¿qué es el rock argentino? y ¿cuándo aparece el lunfardo en el rock argentino? Entonces es el instante en que en la memoria se imponen ‘Almafuerte’ y ‘Aguante Baretta’, los ‘Caballeros de la Quema’ y Charly García, ‘Los Gardelitos’ y Fito Páez, ‘Los piojos’ y ‘Redonditos de Ricota’. ¿Quién no recuerda a los ‘Sometidos por Morgan’, ‘Los Twist’ y ‘Viejas Locas’? ¿O a ‘Los Visitantes’ o Pajarito Zaguri? Finalmente, nos reconfortamos con una ‘Breve antología rockera’ así como con la ‘Discografía de las bandas citadas’, ‘La cumbia villera’ y, por supuesto, la ‘Bibliografía consultada’.