De Santiago de Chile rumbo a Valparaíso
“Santiago de Chile y Valparaíso –a criterio del geógrafo e historiador chileno Benjamín Subercaseaux– tienen una unidad geográfica y una dualidad psicológica”. Porque, en verdad, situadas a unos veintisiete minutos geográficos de distancia norte-sur, continúan siendo dos ciudades distintas y lejanas. De un lado, el relieve quiso que estas distancias se acrecentaran a causa de las altas cadenas y hondos valles que las separan. Y por otra, el actual ferrocarril con su extenso trazado en semicírculo a lo largo del valle de Aconcagua ayudó a formar en el viajero una dualidad artificial de tanto recorrer comarcas ajenas al punto de partida como al de llegada, terminando por creer que ambas ciudades distaban millas y millas de incomprensión mutua.
Sin duda, existen ámbitos de “aura”, esto es, de radiante influencia alrededor de cada uno de estos grandes centros. En caso de que vayamos de Santiago a Valparaíso por el camino de la cuesta de Barriga, en nuestra compañía irá el “tipo santiaguino” hasta más allá del valle de Curacaví. Una vez pasada la cuesta de Zapata –en la zona de Casablanca y Placilla– se nos aparece otro campesino de mayor agilidad y desenvoltura, con la mirada más viva y algo menos indígena y embotado que el “terroso” habitante del campo central. Como por ensalmo, desaparece el rancho de barro y paja; tampoco se ven carretas ruinosas tiradas bajo el sauce “llorón”. Columbramos ahora las casitas de ladrillo pintadas de blanco, techo de zinc y, al frente, un corredor. Bosques de pinos y eucaliptos, mientras una destartalada camioneta comunica Casablanca con Alto del Puerto.
Si experimentamos el viaje por tren, no hay transición, pues partimos de Santiago hacia el norte por la zona pantanosa y solitaria de Batuco; pasamos por la región árida y “riscosa” de Tiltil y Montenegro; después, nos adentramos en un intrincado “dédalo” de montañas que hermosamente nos abren la luz hacia el valle de Aconcagua. “Como en todos los valles transversales del País de la Senda Interrumpida, veremos que un mismo espíritu se extiende de la cordillera al mar. Sólo que Valparaíso no está en la desembocadura del Aconcagua, sino mucho más al sur”, escribe el célebre geógrafo chileno Benjamín Subercaseaux en su admirable obra Chile o una loca geografía, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 6ª edición, abril de 1988.
Siguiendo en el valle de Aconcagua, el pueblo de Los Andes, donde el quehacer cotidiano es únicamente agrícola. Cordillerano y plácido, se alegra cuando pasa “la Combinación”, es decir, el denominado medio de transporte “El Transandino”. El pueblo de San Felipe es el idilio con el cáñamo. Cordeles y jarcias de todo género parten de sus fábricas, pues sus campos producen la materia prima. Quillota es, por excelencia, la reina de las frutas y verduras. En La Calera nos encontramos con el “términus” de la trocha angosta, un nexo con el Norte. Para satisfacer las fatigadas almas, con nosotros, los “lugares del reposo”: Limache, Villa Alemana y Quilpué.
Ciertamente, Valparaíso es el primer puerto de Chile, ya por antigüedad, ya por trascendencia. Antaño, asimismo, lo fue de todo el Pacífico del Sur, debido a su continuo comercio. Barcos que ansiaban su salida por el estrecho de Magallanes, que debían detenerse en él, hasta que el canal de Panamá frenó su crecimiento. El “Valparaíso nocturno” es un collar de pedrerías…