Opinión

Roberto Firpo y su tango ‘El Amanecer’

Roberto Firpo y su tango ‘El Amanecer’

“A fines de abril de 1964, en uno de mis esporádicos encuentros con Roberto Firpo (1884-1969), estaba a pocos días de cumplir ochenta años este paladín del tango”, escribe el imprescindible poeta y tangólogo Francisco García Jiménez en su libro Así nacieron los tangos, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1980. Y agrega: “Mostraba vigorosa figura, ojos alerta y palabra razonada. Y como mi fiesta ha sido siempre saber algo más por boca de los preclaros de la guardia vieja, le hice a él esta pregunta: –¿Hablamos un poco de El amanecer, Roberto? Roberto Firpo, que en este renglón podía tener el derecho a todos los orgullos, era modesto. Y se escudaba en un pretexto: –He perdido mucho la memoria… No la había perdido. Y yo tironeando y él cediendo, y yo poniendo alguna porción de mi memoria y él alegrado por el revivir del recordar, hicimos volver de sus orígenes El amanecer, con su nombre tan oportuno para la charla evocadora”.

Roberto Firpo confesó a García Jiménez que fue un tango que tocaba, de tanto en tanto, en “solo de piano”, en sus tiempos del café-concierto de la Boca, por las calles Suárez y Necochea. Era allí habitual improvisar casi siempre y, además, la gente se renovaba mucho, de modo que pasaba como “musiquita del momento”. Así que entonces aún era eso: el amanecer, el despertar de la ciudad industriosa. Y él –como músico popular de la noche placentera– conocía a la inversa, regresando al descanso y al sueño.

“Yo volvía desde la Boca a mi piecita de la calle Rioja, en el tranvía eléctrico nº 43, llamado ‘el imperial’ por su piso alto con bancos largos –seguía evocando Firpo–. Allá arriba tenía a esa hora el tablerito de ‘Obreros’, el boleto era de cinco guitas y los ‘laburantes’ felices, canturreando, viajaban a sus andamios y sus fábricas. Abajo, con boleto de diez, los ‘calaveras’: mal sabor de boca, demacrados, bostezando junto con nosotros que les habíamos animado la noche, se encaraban con sus vidas vacías en la vuelta de la farra”. En su melodía Roberto Firpo quiso apresar lo uno y lo otro. Primeramente, la sinfonía auroral de los pajaritos en los árboles y el primer martilleo de las herramientas del trabajo. Después, agregó a esos trinos el bordón grave, para reflejar el dolor mañanero que sobreviene al placer de los noctámbulos. “A fines de 1910 le di forma a la composición. Tocaba entonces con mi trío en las noches tangueras del ‘Palais de Glace’ en la Recoleta. Con la calle ancha por medio, donde se abría la avenida Centenario que es hoy Figueroa Alcorta, estaba el Parque Japonés. En mis descansos, salía yo al veredón posterior del ‘Palais’, y si el vientito venía del río cercano, me traía los brillantes acordes de la gran banda internacional del maestro D’Aló que amenizaba las noches del Parque…”.

Y Roberto Firpo le llevó su madurado tango El amanecer no al maestro D’Aló, director de la orquesta de ‘El Parque Japonés’, sino a su segundo, Salvador Merico, quien, andando el tiempo, tendría tan destacada actuación en la música porteña. Él supo apreciar ese “encanto sencillo de la composición y lo orquestó en una amplia partitura de la banda del Parque”, al decir de Francisco García Jiménez. Allí, pues, se estrenó formalmente este tango con el beneplácito del público selecto de “jueves de moda”. A Roberto Firpo –conducidas por la brisa del río– le llegaron las “albricias” del éxito hasta el ‘Palais de Glace’ para halagar sus oídos y conmover su corazón.