Opinión

Las religiones afrocubanas en la obra de Natalia Bolívar

“Después, por medio del ‘obbi’, se pregunta para estar seguro que aceptó esta fiesta en donde también se le ponen comidas sólo degustadas por el ‘orisha’, como el ‘Amalá ilá’, harina de maíz con quimbombó para ‘Changó’; también, el ‘Ochinchín’, guiso de camarones, acelgas y tomates de ‘Yemayá’ y ‘Ochún’, y muchos otros que harían esta lista interminable. Estas formas de complacer a los ‘orishas’ se llaman ‘ebbó’ y ‘addimú’, y vienen dadas generalmente a la hora del registro por el ‘Diloggún’, o el ‘oráculo de Ifá’. De acuerdo con el ‘oddun’ que salga, estas ofrendas de comidas y dulces se colocarán en donde marque la tirada; o sea, en el parque, al lado de una palma, a la entrada de un monte o en una loma”, leemos en la ‘Introducción’ de la obraCuba. Imágenes y relatos de un mundo mágico, Ediciones ‘Unión’, Unión de Escritores y Artistas de Cuba, El Vedado, Ciudad de La Habana, 1997, cuya autoría corresponde a la reconocida historiadora y etnógrafa Natalia Bolívar Aróstegui.
Las religiones afrocubanas en la obra de Natalia Bolívar

La profesora Natalia Bolívar Aróstegui –nacida en La Habana el 16 de septiembre de 1934– estudió pintura y escultura en la Academia de San Alejandro. En el ‘Arst Students League’ de Nueva York realizó cursos de especialización en dibujo al natural, pintura y composición. Su obra fue presentada por el crítico de arte Rafael Suárez Solís en la galería ‘Nuestro Tiempo’ de La Habana. En la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana estudió ‘Historia del Arte Cubano’. Asimismo profundizó en Arqueología, Etnología y Folklore con los profesores doctores Herrera Fritot, Marta de Castro, Fernando Ortiz y Lidia Cabrera.

Cámara en mano –acompañada por el fotógrafo cubano Emilio Reyes Pérez, profesionalmente formado en el Instituto Botánico de la Academia de Ciencias–, recorrieron el inextricable mundo de las tumbas del cementerio de La Habana, hallando algunos “trabajos” que alcanzan numerosos significados. Cuidadosamente, para no pisarlos, los dejaron plasmados en “el lente” de la cámara fotográfica, la cual es una “pertenencia” de “Oggun”, el brujero, que juega y penetra en el oscuro laberinto de “esta joya imaginativa del ser humano”.

Ambos investigadores llegan a una sepultura abierta del siglo XIX. Y ven una muñeca negra, vestida como una hija de ‘Oyá’, con cocos, bolsitas y botellas, apoyada al lado del helecho que empieza a crecer en su interior. Este “trabajo” –así lo entienden ambos– está encaminado a un cambio de vida, a favor de un enfermo o bien para “transferir el mal desde una cabeza a una muñeca”. Este hallazgo se llama en lengua “ebbó”: “iparo orí”. Ahora, el sol, inclemente en su “cénit”, neutraliza los claro-oscuros de los alrededores de las tumbas con cruces de hierro tan longevas como los “Egguns” o espíritus que las habitan, y a los cuales se les invoca para los diversos “trabajos” llevados a cabo en este lugar sagrado y para todas las manifestaciones religiosas: el “Ilé Yansá”.

“En una esquina encontramos un muñeco de tela con la figura de un hombre desnudo –señala la etnógrafa Natalia Bolívar Aróstegui–; este ‘trabajo’ se prepara o bien para que el hombre no tenga problemas de erección o bien para que los tenga. En lengua se llama ‘ebbora’ y consta del nombre del hombre puesto tres veces en el interior de la figura”.