Opinión

La magia del laurel en la mitología afrocubana

“El laurel –en lucumí, ‘Igginile itiri’; en congo, ‘Ocereké’–, habitáculo de ‘orishas’, ‘Egguns’ y ‘nfumbes’, es fundamental para los ‘mayomberos’ padres y madres, y para los iniciados en la ‘Regla de Ocha’; en sus ramas, tronco y raíces viven espíritus de todo tipo en buena lid. Los ‘mayomberos’ dicen: ‘debajo del laurel, yo tengo mi confianza’. Que quiere decir: cualquier obra que se haga en las raíces del laurel, dará siempre resultado. Algunos padres y madres, los más viejos, le ponen entre sus raíces un pedazo de espejo, el ‘vititi’, y con ellos y a su sagrada sombra vaticinan el futuro, el pasado y el presente de una persona. Antiguamente, cuando se ‘rayaba’ a un padre, éste dormía bajo el laurel durante 7 días. Esto no sólo era una prueba sino que la persona recibía también todo el poder de fuerzas concentradas en este árbol mágico”, afirma la afamada etnógrafa cubana Natalia Bolívar Aróstegui en su tan hermosa como imprescindible obra Cuba. Imágenes y relatos de un mundo mágico, Ediciones ‘Unión’, Unión de Escritores y Artistas de Cuba, El Vedado, Ciudad de La Habana, 1997.

La magia del laurel en la mitología afrocubana

Si nos atenemos al “patakkí” del laurel, habremos de considerar que en la copa del árbol –y en compañía de los demás “orishas”– se hallaba conversando al atardecer Changó, único dueño de este frondoso árbol, muy quejumbroso debido a su perseverante adoración a sus veneradas deidades. Quien, así y todo, cumpliendo con ellas, lo habían traicionado, quedando también ciego. Entre sibilante murmullo, el viento movía las hojas, tan sólo entrecortado por los cantos de la lechuza.

Changó suplica silencio, dispuesto a escuchar todo cuanto el buen hombre tenía que decir: “¡Ay Babá, ay Yemayá, ay Ochún, ay Changó, que todo lo puedes, ay Elegguá, que olvidaste ese día velar por tu hijo, ay Egguns y Ayés, ay todos! ¿Por qué me ha quitado la vista?”. Changó, dirigiéndose a “Orula”, le solicitó que sacara su tablero para indagar en qué había fallado ese pobre hombre, en tanto que “Yemayá” y “Ochún” le susurraban un canto al oído, a fin de calmarlo y adormecerlo. Entonces “Orula” “moyubgó” a los cuatro puntos cardinales, realizando un rezo especial a “Babá”. Así que le vino el “oddun Oché Meyí”, pero no comprendió por qué causa le habían “atacado” a los ojos.

Luego despertaron al hombre, explicándole aquello que habían hecho, mientras él dormía, puesto que todos ellos deseaban ayudarlo. El hombre –al conocer quiénes se encontraban delante– se tiró en tierra, besándola, y suplicándoles la bendición. Colmado de tristeza, reconoció que había pecado, esclavizándose con los placeres de la Tierra. Si bien no quería reconocerlo, humildemente pidió el perdón.

No obstante, ¿quién era este hombre que se tiraba ante los “orishas”? He ahí a Babalú Ayé, el cual no sólo había perdido la vista sino que se hallaba sembrado de llagas. Los “awós” de la tierra donde vivía, lo habían “botado”. Él, en medio de su desespero, llegó a perder la noción de todo. De modo que Changó no lo había reconocido. Al saber aquella desobediencia, le pidió a “Oggún” –que es un gran brujo–, y a “Osaín”, que con las hojas y las raíces del laurel hicieran un “cocimiento”, frotándolo suavemente en los ojos. La lluvia, con su agua purificadora, le “limpiaría” lo “malo” de Babalú. Salió el sol. Con su hermano Changó, se abrazó al laurel, llorando de felicidad.