Opinión

El espíritu del ‘Romanticismo’ en grabados y litografías

El espíritu del ‘Romanticismo’ en grabados y litografías

Contemplamos la catedral de Aquisgrán y la de Nuestra Señora de París. La catedral de San Pablo en Londres y la de San Marcos en Venecia. Más adelante, la catedral de Estrasburgo –asombro del estilo gótico, obra de Erwin von Steinbach- al igual que la de Colonia, a la cual únicamente pudimos ver rematada merced al ímpetu del Romanticismo del siglo XIX. Entre los símbolos europeos asimismo se incluyen la Casa Consistorial de Münster –donde tuvo lugar el término de una parte del tratado de Westfalia al final de la guerra de los Treinta Años-, el palacio y el parque de Versalles, la residencia de Luis XIV, el rey Sol, la torre de Pisa, acaso digamos ‘un poco’ más inclinada en este grabado de lo que quieren sugerir la honradez y la ley de la gravedad. También la residencia imperial de Schönbrunn con la gentil glorieta en la colina del parque. He aquí ahora la catedral de San Esteban de Viena con su célebre ‘tejado imperial’ guarnecido en mosaico, el palacio de Sans-Souci en Postdam, el ensueño de Federico el Grande, así como también la universidad de Berlín.

Resaltemos que la mayoría de los grabados y litografías que se nos muestran de ciudades y paisajes del siglo XIX son de carácter ‘romántico’, pues, si bien pretenden ser ‘fiel reproducción del natural’, de todos ellos ‘idealizan’ siempre algo ‘la realidad’ reflejo de la concepción artística de aquella época. Arte que era decorativo: sentimiento plácido y sin excesivas hipérboles. Armonía y expresión pictórica. He aquí el grabado de Nápoles en 1858: el volcán Vesubio, humeante y adornado de rojizos reflejos no es sino un decorativo ‘escenario de fondo’.

En este espléndido acervo artístico observamos el ‘romanticismo’ del río Rin, tal como en los grabados de Schaffhause y Saint Goar. E igualmente la joya de Heidelberg, el espíritu del río Neckar. O si nos detenemos en el grabado de Hamburgo, vemos ‘el Alster interior’: el resplandor lunar sobre la escena. Labor extremadamente difícil sería la de ‘separar’ en las representaciones litográficas ‘lo romántico’ de ‘lo pictórico’. Consideremos Dresde o Nüremberg. Sinfonía en piedra, la catedral gótica de Bourges. La armónica mística de las torres de Burgos en España. Salzburgo, a vista de pájaro, la ciudad de los festivales por excelencia, junto a Salzach, centro de la tierra de la corona de aquel entonces, tumba de Haydn y cuna de Mozart. Examinemos la imagen de San Petersburgo, con la pista nevada de su perspectiva del río Nevsky bajo el firmamento de la noche rusa. Y como contrapunto, Zurich, la ciudad acuática en un día esplendoroso. Madrid y su paseo de la Florida, el encendido escenario repleto de bullicioso colorido.

¿Y Lucerna, con su ‘puente de madera’ donde se narra la historia de la ciudad? ¿O la dorada serenidad de Praga que en la pictórica perspectiva desde la torre del Puente de la parte antigua de la ciudad constituye una de las más hermosas imágenes de este libro? “Mistra, en la cercanía de Esparta, un nido de montañas griegas sobre abigarradas peñas; tenemos después a la clara y nórdica Reval, también sobre una peña que se adentra en el Báltico; a Segovia, castellana y meridional, con la ruinas de su anfiteatro y su acueducto romano de arcada doble ocupando el primer plano, y tras él la ciudad que se levanta, sede episcopal, con su catedral del gótico”, escribe Egon Schramm en el prólogo de Pintoresca vieja Europa, Hamburgo, 1970.