Opinión

España e Inglaterra ante el espíritu de Bolívar

“Durante tres siglos España dominó una gran parte del mundo, una extensión mayor que la poseída antes por pueblo alguno. Guerreros y conquistadores, aventureros y grandes comerciantes, y, sobre todo, navegantes, habían visto vencido al turco, a Italia y Portugal conquistados, prisionero a un rey de Francia, sometido al Papa a su voluntad y derrotados los ingleses y los corsarios alemanes.

España e Inglaterra ante el espíritu de Bolívar

La palabra ‘conquistador’ es intraducible, como lo son las de ‘gentleman’ y ‘grand seigneur’, las cuales han alcanzado categoría de concepto. Cada español veía un ascendiente en Colón, en muchos palpitaba la sangre de Pizarro y Don Juan; pero en todos los árboles genealógicos figuraba también Don Quijote”, leemos en las páginas escritas por el historiador de origen alemán Émil Ludwig a través de su ineludible obra titulada Bolívar. El caballero de la gloria y de la libertad, editorial Losada, S.A., Buenos Aires, 1958, 3ª edición.

No sería en vano recordar que los ciudadanos –llamados “ilustrados”– empezaban a adoptar normalmente el nombre de “americanos”. Cuando fueron expulsados los jesuitas de España y de sus colonias en 1767 –en detrimento de la riqueza de la Corona española–, habían dejado un enorme vacío, ya que eran expertos tanto en artesanía como en agricultura. Así, pues, Inglaterra, gran rival y acaso heredera de España, era la magnífica aliada para todos los ánimos revolucionarios. El único país donde asimismo existían interés y poder, a fin de arrojar a los españoles de América del Sur. España, al apoyar a los Estados Unidos, había contribuido a la independencia de la América del Norte. A partir de la mitad del siglo XVII, cuando ocupaba Jamaica, Inglaterra envió lejos a sus hombres, quienes comenzaron a sacar pingües beneficios debido al contrabando, todo encaminado hacia la obtención de lograr algunos derechos comerciales.

Tiempo después, un año antes del nacimiento de Bolívar, tres enigmáticos emisarios habían llegado a Londres como “plenipotenciarios” de los ricos criollos. Espoleaban al ministerio inglés a suministrar dinero y armas con la tentativa de una insurrección en Venezuela, cuyos habitantes –así afirmaban– estaban dispuestos a “convertirse luego en súbditos ingleses”. De todos modos, lo que más incentivaba a Inglaterra no era sino su avidez mercantil. Intentaron, desde luego, acrecentar el espíritu de “sublevación” en todas las regiones de América del Sur, sin exponerse a arriesgar sangre ni dinero.

Fue en 1797 cuando Inglaterra se apoderó de Trinidad, a unas cuantas millas nada más de Venezuela. Alimentaba una influencia excitadora: imprimían “manifiestos” prohibidos; exportaban mercancías igualmente prohibidas, realizando, sin pausa, todo lo preciso para “prometer” a los jefes que preparaban la revolución, una ayuda aguardada inútilmente desde hacía… ¡30 años! No obstante, el Continente americano habría de libertarse sin apoyo extranjero. “El ejemplo de los Estados Unidos –señala el historiador Émil Ludwig– parecía presagiarlo”.

He ahí, pues, cómo los acontecimientos de Filadelfia en 1776 serían imitados, una generación después, en Caracas. Y ello incluso en el texto del “acta”.