Opinión

Diego Rosales llega a la “laguna de tigres”

“El capitán español ordenó hacer balsas y les dio batalla. Las acciones comenzaron en el agua donde las pesadas balsas se vieron en serias dificultades frente a las canoas de ligera y rápida maniobra. Alcanzada la isla, a pesar de la tenaz resistencia de los indios enardecidos por sus líderes extranjeros, cautivaron unas trescientas ‘piezas’, salvándose muy pocos, entre ellos los holandeses y el negro, que se fugaron por las pampas hacia Buenos Aires”, describe así el singular historiador argentino Juan M. Biedma en su excepcional obra Crónica Histórica del Lago Nahuel Huapí, ediciones Del Nuevo Extremo y Caleuche, 4ª edición actualizada, Buenos Aires, 2003.

Diego Rosales llega a la “laguna de tigres”

De modo que estos furiosos ataques indignaron a los indios “puelches”. Temían una próxima sublevación. El Gobernador recibió con suma alegría el ofrecimiento del Padre Rosales de ir él mismo en persona a devolver a los cautivos y dialogar para la pacificación de los aguerridos “puelches”. Durante los postreros días de diciembre de 1650 se puso en marcha, pues, con cuarenta esclavos que sacó de la prisión y con el propio Ponce de León, el más significado, a fin de ratificar la paz, por ser quien más mal les había hecho.

El cacique Antulien, pese a estar postrado por la enfermedad, salió a recibirlo. Asimismo, el misionero jesuita predicó la fe cristiana –tras su presencia en Epulaufquen– en tierras del cacique Pintullama.

El caminante jesuita Diego Rosales también se dirigió hacia el sur, alcanzando “la laguna de Nahuelguapí”. Halló las islas pobladas, hecho que nos prueba cómo eran poseedores de canoas. ¿Y cómo traduce “Nahuel Huapí”? Como “laguna de tigres”, cuya génesis podríamos encontrarla en aquello que dice de los lugareños que, debido a su gran arrojo, se llamaban “tigres”. “Todos en esta ocasión –escribe– dieron la paz y los degé mui contentos, y di cartas a los indios de Nagüelhuapí para el gobernador de Chiloé, y que por la parte de Chiloé no se les podía hacer la guerra, y para que por Nagüelhuapí se hizziese passo y abriesse camino para la correspondencia con Chiloé, que sería de grande importancia, por no averla sino por mar, y eso de año en año”.

Tal decisión demostró, por consiguiente, la sagacidad de quien lo planeó. Tomando la vertiente oriental de los Andes, entrando por el brazo Blest del lago Nahuel Huapí y retornando al occidente por algunos de los pasos a la altura de Villarrica, se evitaba el temible territorio de la “Araucanía”, donde el poderío español –pese a la constante y continua y cruenta guerra– no era definitivo. Preciso es recordar cómo después del levantamiento del 1600 se perdieron las plazas españolas de este lugar geográfico.

Durante los primeros días de 1655 estalló la sangrienta rebelión general que excedió en horrores a las anteriores de la época de Valdivia –año 1553– y del gobernador Loyola en 1599. El sur entero de Chiloé cayo en poder del indio; los españoles quedaron reducidos tan sólo a las plazas de Santiago y La Serena, al igual que en el extremo sur, Chiloé. En medio de la “Araucanía” resistía la plaza de Boroa, sitiada por el cacique Chicahuala y sus huestes.