Opinión

El cartapacio de Europa del siglo XIX

El cartapacio de Europa del siglo XIX

Durante el siglo XIX el gran teatro de Europa no se encontraba ocupado únicamente por las fuerzas políticas. Renovadas sacudidas provenían de la rauda evolución de la técnica, la cual había introducido la “era de la máquina”, sobre todo en los países occidentales. Todo ello dio vía libre a la creación de industrias que, a su vez, precisaban brazos, atrayendo así a las gentes del campo que emigraron a la ciudad. He ahí la constitución del acuñado término de “proletariado”. En seguida surgieron las tensiones sociales y la indignación ante las diferencias laborales y salariales. Continua agitación en medio de un vigoroso optimismo que encaraba las derrotas y frustraciones y asimismo las resignaciones de la sociedad ante aquel “maremágnum” de profundos cambios en el horizonte político-social de mediados y último tercio del siglo XIX europeo.

“El cartapacio europeo de este libro se compone de 209 láminas. Nos vuelve actuales las ciudades y paisajes en su forma existencial de hace más de cien años. Nos lleva a los centros vitales de Europa y también a sus fronteras”, afirma Egon Schramm al frente del espléndido volumen titulado Pintoresca vieja Europa, recopilado por Rolf Müller, editorial ‘Das topographikon’, Hamburgo, República Federal Alemana, 1970.

Henos, pues, ante Constantinopla, junto al ‘Cuerno de Oro’, antaño Bizancio, Estambul en la actualidad: una de las ciudades más antiguas de Europa y el centro de gravedad un día del imperio otomano. Metrópoli-frontera. Punto de transición entre Europa y Asia. El escenario de Constantinopla nos ofrece los afilados minaretes y cúpulas de las mezquitas. Santa Sofía –la iglesia de la “sabiduría”, etimológicamente hablando– es la más afamada de ellas. En el grabado que en este libro observamos se ve surgir al fondo a la izquierda este monumento arquitectónico de los primeros tiempos de la enorme urbe del Bósforo, en tantas ocasiones denominada “la reina del Cercano Oriente”.

A esta zona de frontera en que se disipan los contornos de Europa asimismo pertenece la “estampa” de Taganroj, el distante y discreto puerto al término del mar Azov. Este grabado representa la descarga de un barco; están ausentes, no obstante, los muelles, característicos de todo puerto. He aquí los carretones con infatigables rocines que se apropincuan en larga fila hasta el mismo barco fondeado en la rada; toman la carga directamente desde su bordo. Una inusual imagen, nada europea sino ya muy asiática.

“Sigue enhebrada en esa frontera la litografía siguiente: Moscú, un vistazo sobre el río Moscova desde el viejo Kremlin. Representa este grabado el Moscú de 1812, antes de aquel gran incendio con que respondieron los rusos a la invasión de las tropas napoleónicas”, proseguimos con la lectura del “introito” escrito por Egon Schramm. Continuando más al norte, nos detenemos en Arcángel, aquel puerto del extremo septentrional de Rusia, en el espacioso delta del río Duina, el que desemboca junto a esa población del mar Blanco. Ciudad con numerosas torres cuyo puerto es uno de los principales de Rusia, a pesar de que el hielo del Ártico sólo permite su acceso durante seis meses al año.