Los balnearios europeos: del siglo XIX al siglo XX
Es preciso no olvidar que el “Higienismo” era una nueva “ciencia de la salud” que concentra sus fines en la limpieza en todos los aspectos de la vida, desde el aseo y la alimentación hasta las costumbres. Así, pues, ante el visible empeoramiento de las condiciones de “habitabilidad urbana” a causa de la Revolución Industrial, el “Higienismo” brinda la “cura de reposo” y “al aire libre”, el cual halla su idóneo espacio en el “balneario de montaña” o en “los baños de mar”. Asimismo, vivienda salubre y espacios verdes, recobrando el mito de las “propiedades curativas” de la vida campestre. La corriente del “Romanticismo” invita a “pasear por la Naturaleza”, en pos de sus secretos y sentimientos amorosos.
Pues, en efecto, desde las postrimerías del siglo XVIII se palpa un “cambio de actitud” ante la Naturaleza, es decir, a manera del escritor francés Rousseau en su obra Réveries d’un promeneur solitaire, publicada en 1782. Es por entonces cuando los “viajeros” de Europa dejan vagar su espíritu para recrearse en la paz de la montaña o en la visión del mar, experimentando lo “sublime”. De modo que el “pintoresquismo” educa la mirada y le concede el privilegio de descubrir los fascinantes paisajes. Aquellos que anteriormente había captado la pintura y, no demorando mucho, la seductora fotografía.
He ahí la figura del paseante “rousseauniano” y la del “flâneur”, esto es, “el paseante urbano”. Ambos, podríamos decir, se funden en el “agüista” en traje de paseo que deambula y saluda por los senderos del balneario. ¿El vocablo “turista”? Aparece en Francia en 1816, siendo popularizado por el novelista francés Sthendal en su obra Mémoires d’un touriste, que vio la luz en 1833. Y aquellos libros de los viajeros “románticos” darán paso a las más meticulosas “guías”, tales como las realizadas por la editorial “Baedeker” o, con posterioridad, la célebre Guide Michelin, que data de 1900.
A partir de esa época, lso “turistas” que transitoriamente abandonan la ciudad en verano, se trasladan a los balnearios “de moda”. Resaltemos que el año se dividía en “temporadas”: la de invierno y primavera en la urbe; la de verano y parte de otoño, en el campo. La burguesía –a diferencia de la aristocracia– la vivienda la alquilaban para la “temporada”, o bien se instalaban en “hoteles”. “Las aguas son en verano –afirmaba un diario francés en 1846– lo que los salones en invierno”.