Opinión

Los balnearios europeos: del siglo XIX al siglo XX

“Durante el siglo XIX la sociedad francesa era el modelo de la sociedad cosmopolita europea, y el París creado por Haussmann, con sus grandes avenidas iluminadas y lujosas viviendas abuhardilladas, la ciudad ideal. Pero, a partir de la primera década del siglo XX, Inglaterra toma el relevo como el principal referente de la alta sociedad europea. La enorme influencia de los valores y estilos de vida ingleses en la aristocracia española, como en el resto de Europa, es un dato bien conocido. La moda de imitar las costumbres inglesas, inequívoca muestra distinción, afectaba tanto a la vestimenta y a ciertas expresiones, como a los juegos, deportes, y las prácticas de higiene introducidas por Gran Bretaña”, leemos en las páginas de Buvette. Fundación Mondariz Balneario, 2008, con el texto histórico a cargo de Yolanda Pérez Sánchez y fotografías de Enrique Touriño.
Los balnearios europeos: del siglo XIX al siglo XX

Es preciso no olvidar que el “Higienismo” era una nueva “ciencia de la salud” que concentra sus fines en la limpieza en todos los aspectos de la vida, desde el aseo y la alimentación hasta las costumbres. Así, pues, ante el visible empeoramiento de las condiciones de “habitabilidad urbana” a causa de la Revolución Industrial, el “Higienismo” brinda la “cura de reposo” y “al aire libre”, el cual halla su idóneo espacio en el “balneario de montaña” o en “los baños de mar”. Asimismo, vivienda salubre y espacios verdes, recobrando el mito de las “propiedades curativas” de la vida campestre. La corriente del “Romanticismo” invita a “pasear por la Naturaleza”, en pos de sus secretos y sentimientos amorosos.

Pues, en efecto, desde las postrimerías del siglo XVIII se palpa un “cambio de actitud” ante la Naturaleza, es decir, a manera del escritor francés Rousseau en su obra Réveries d’un promeneur solitaire, publicada en 1782. Es por entonces cuando los “viajeros” de Europa dejan vagar su espíritu para recrearse en la paz de la montaña o en la visión del mar, experimentando lo “sublime”. De modo que el “pintoresquismo” educa la mirada y le concede el privilegio de descubrir los fascinantes paisajes. Aquellos que anteriormente había captado la pintura y, no demorando mucho, la seductora fotografía.

He ahí la figura del paseante “rousseauniano” y la del “flâneur”, esto es, “el paseante urbano”. Ambos, podríamos decir, se funden en el “agüista” en traje de paseo que deambula y saluda por los senderos del balneario. ¿El vocablo “turista”? Aparece en Francia en 1816, siendo popularizado por el novelista francés Sthendal en su obra Mémoires d’un touriste, que vio la luz en 1833. Y aquellos libros de los viajeros “románticos” darán paso a las más meticulosas “guías”, tales como las realizadas por la editorial “Baedeker” o, con posterioridad, la célebre Guide Michelin, que data de 1900.

A partir de esa época, lso “turistas” que transitoriamente abandonan la ciudad en verano, se trasladan a los balnearios “de moda”. Resaltemos que el año se dividía en “temporadas”: la de invierno y primavera en la urbe; la de verano y parte de otoño, en el campo. La burguesía –a diferencia de la aristocracia– la vivienda la alquilaban para la “temporada”, o bien se instalaban en “hoteles”. “Las aguas son en verano –afirmaba un diario francés en 1846– lo que los salones en invierno”.