Atacama, los incas y guaraníes de Chile
El “roto” norteño de Chile –tan superior al sureño– es posible que sea una huella mezclada con la vieja civilización de Atacama y de los pescadores neolíticos del litoral. Pues, en efecto, en los salares atacameños se hallan, incluso en nuestros días, algunos islotes puros, si bien degenerados, de estos antiguos pobladores. Si nos remontamos al año 1200 después de Cristo, constataremos las invasiones parciales. Una de ellas, los “chinchas”, asimismo descendió de los Andes a la altura de Atacama y Coquimbo, venidas de las “pampas” del este: los “diaguitas”.
“Estas tribus se extendieron por la región central y norte, englobaron los últimos islotes neolíticos y se mezclaron con sus culturas, superándolas. Son de esa época los motivos paralelos y dentados que decoran las cerámicas extraídas de las tumbas”, afirma el historiador chileno Benjamín Subercaseaux en su notoria obra Chile o una loca geografía, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, abril de 1988. Hasta esa época, Chile era un vasto mosaico de grupos raciales, en mayor o menor medida, mezclados, que los incas en sus expediciones guerreras sometían bajo su dominio, a fin de arrancarles un tributo. Así transcurrieron los años hasta el 1400 d. de C. en que aconteció un fenómeno insólito que tendría que mostrar una enorme influencia en la historia chilena. El hecho es que por los boquetes de la cordillera del Bío-Bío aparecieron unos hombres bajos de estatura y robustos, anchos de espaldas y de pie plano. Llegaban del este, por lo que los llamaron “hombres del oriente”, es decir, los indios “mapuches”.
“Eran ‘guaraníes’ y venían del bajo Brasil a través de las ‘pampas’ argentinas –continúa el geógrafo e historiador Benjamín Subercaseaux–. Una vez en Chile, alcanzaron territorios por el norte hasta el río Mapocho (o “Mapuche”) y quizás más lejos. Por el sur, llegaron hasta el río Bueno. Como sea, terminaron por radicarse en la región que ahora se denomina ‘Araucania’, entre los ríos Bío-Bío y Bueno”. Los “guaraníes” eran una raza guerrera y pendenciera. Cuando los incas –en sus frecuentes incursiones al sur– se encontraron con esta nueva raza, entendieron poder someterla al igual que las otras. Sucedió, empero, que los atacameños se negaron a recibirlos, lo mismo que en los antiguos tiempos. De manera que los “mapuches” (para los otros seguían siendo “guerreros salvajes”) les opusieron una resistencia tan tenaz, que, en adelante, los servidores del Inca –junto con sus “yanaconas”– se guardaron, en mucho, de volver a traspasar los límites de Maule.
Llegados a este punto, ¿por qué no interrogarnos acerca del nombre “Chile”? Durante el período de las invasiones parciales por vez primera se habló de la “Tierra de Chili”. ¿Se trataba de un ave, como algunos creen, que articulaba esas dos sílabas en su canto? ¿O bien era una planta que así se denominaba? ¿O alguna extraña costumbre de los pobladores que atrajo apodo burlesco para indicar una interjección frecuente o una modalidad local? El caso es que el nombre “Chile” va siempre precedido de la preposición “de” o de la contracción “del”: “Gente del Chili”, “Tierra de Chili”. Recordemos que este nombre, en los primeros tiempos de la Conquista, es la zona comprendida entre el valle del Aconcagua y Curico. La palabra “Chilli”, en fin, en lengua “aimará” significa “donde se acaba la tierra”. En “quéchua”, “Chiri”, frío.