Opinión

Pedro Humire, poeta y músico aymara (1935 -2020)

Una breve nota del poeta mapuche, candidato al Premio Nacional de Literatura, Jaime Luis Huenún, a propósito de la partida hacia los horizontes azules del músico y poeta Pedro Humire, con quien tuve el privilegio de compartir, en los 80’, el vino, la amistad, la música y la poesía en el Refugio López Velarde, de la Casa del Escritor. Le recuerda, Huenún, de la mejor manera posible, con un entrañable poema:
Pedro Humire, poeta y músico aymara (1935 -2020)

Una breve nota del poeta mapuche, candidato al Premio Nacional de Literatura, Jaime Luis Huenún, a propósito de la partida hacia los horizontes azules del músico y poeta Pedro Humire, con quien tuve el privilegio de compartir, en los 80’, el vino, la amistad, la música y la poesía en el Refugio López Velarde, de la Casa del Escritor. Le recuerda, Huenún, de la mejor manera posible, con un entrañable poema:

“Ha fallecido, dicen, el poeta, profesor y músico Pedro Humire Loredo, nacido el 30 de junio de 1935 en Socoroma, Arica-Parinacota. Don Pedro fue un creativo y tenaz mensajero de la cultura aymara, un nómada cantante de vientos altiplánicos y desiertos floridos.  Bien está vivir, bien está morir. Buen viaje a la Pachamama celeste, jilata Humire”.

QUENA

Mi tío Bartolomé tocaba quena de metal inca,

cuando todas las casas estaban ya cubiertas

de sombra. Sí, así era,

Sentado en la base de piedra de la puerta de su casa

hacía sonar su quena de bronce aymara.

Tocaba extrañamente lejano en el tiempo.

Mi padre se paraba en el zaguán a oírlo

y luego en la cocina nos decía:

" Tu tío toca bien, el único"

Nosotros no entendíamos su forma de tocar

Tocaba extrañamente lejano en el tiempo.

¿Qué forma de tocar sería aquella?

Nosotros, lluq'allas o waynas que habíamos

vivido mirando y midiendo cañas, quebrada

arriba y quebrada abajo Cañas de canutos

largos y sonoros para hacernos una quena.

nosotros que éramos su semilla,

nosotros que veníamos en su mismo río

No podíamos entender el mensaje milenario

de aquel anciano.

¡Aaah, mi pueblo aymara!

 (Jaime Luis Huenún)

A Pedro dediqué un breve capítulo en mi libro de relatos Gente de la Tierra, editado en 1987. Lo incluyo en esta crónica, sumándome al homenaje de Jaime Huenún. A la tristeza por la partida de Pedro Humire se suman la congoja y la indignación por las constantes vejaciones y crímenes que el Estado de Chile inflige a los pueblos originarios y a sus culturas ancestrales.

-Pedro Humire va y viene como una sombra por las calles de Santiago, asiste a peñas literarias y musicales, a presentaciones de libros, teatro de aficionados, con su guitarra bajo el brazo y la infaltable quena en el bolsillo. Sin mayores preámbulos, hace lo que sabe: interpreta su música. Asegura haber sido el primero en incorporar al uso de conjuntos noveles los instrumentos del hombre andino. Esto sería difícil probarlo, pero le vimos, allá por el año 1962, emplear la quena y el charango, cuando el único folclore que se difundía profusamente era el de huasos engominados, con falsos atuendos y melifluas canciones que evocaban un campo de tarjeta postal y de propietarios urbanos.

-Pedro nació en Socoroma, casal andino enclavado a más de cuatro mil metros de altura, a ciento cuarenta kilómetros, XV Región de Arica-Parinacota, Chile, el 30 de junio de 1935, lugar perdido en las vastedades azules del altiplano, donde el aire pesa como una carga de leña permanente sobre los hombros y el viento atruena con los primeros bramidos del mundo.

-Se dice que estos pueblos maravillaron al rudo y terrible guerrero que fue Diego de Almagro, haciéndole soñar con un reino de inmortales que imaginó en el corazón de las serranías. Aún perviven allí rasgos de la cultura aymara, a pesar de que sus hijos viven el abandono y la inadvertencia de los sucesivos gobiernos chilenos. Es el drama sin solución de los llamados: ‘pueblos indígenas’.

-La familia Humire es presidida por su patriarca, Pedro, octogenario campesino de las cumbres; le seguía Encarnación, su mujer, veinte años más joven; y continúan cinco varones. El mayor es Pedro, maestro primario, investigador lingüístico con un doctorado universitario en su haber, músico e intérprete de la quena.

-Pedro Humire ha sufrido numerosas postergaciones y hostigamientos en el desarrollo de su maestría. No es extraño, me dice, en un país fuertemente racista como el nuestro. Y antes de que yo pueda responder, se refiere a la odiosa marginación de los grupos indígenas nortinos, al aplastamiento de la cultura mapuche por los propios chilenos, al virtual exterminio que encabezaran los militares de nuestro ‘ejército invicto’ —luego de regresar vencedores de la guerra, instigada por empresarios mineros foráneos, contra Perú y Bolivia—, en lo que la historia oficial llama, con mordaz eufemismo, ‘pacificación de la Araucanía’.

-Hablamos de la gente del altiplano; de los aimaras y su hermosa lengua de misteriosas desinencias y precisa estructura...

-En aquellos parajes quizá el hombre asuma su justa dimensión. Casi no hay lugar para la soberbia ni la codicia. Las ambiciones tienen el límite del esfuerzo que resta a la proeza de sobrevivir... Es muy difícil pasar de los setenta años de edad; se hace uno viejo a los treinta.

-Los campesinos hablan muy quedo, con temor de despertar a las divinidades naturales, para que estas no se percaten de su insignificante presencia en medio de la pasmosa soledad de las sierras. Caminan mirando las piedras y sus ojos rara vez superan las cumbres. Quizá por eso el paisaje no existe como espacio de contemplación; es apenas una multiplicidad de puntos referenciales para no equivocar el rumbo.

—Vivir es ya un milagro. Lo demás hay que recibirlo como regalo de los dioses.

—Tu madre, Encarnación, me dices que ha fallecido.

—Es una historia sencilla y súbita como la muerte...

El maíz se dio bien el verano anterior; largas mazorcas henchidas de granos lechosos, sin gusano ni peste. Durante semanas, mis viejos esperaron el pequeño camión que subía en la temporada a comprar las cosechas... Encarnación rezongaba, pidiendo a mi padre que llevaran ellos mismos el maíz a Arica, antes de las nieves prematuras.

Después de una noche en que sopló un viento sonoro y tibio, anuncio de tormenta en las próximas lunas, acordaron descender hasta la ciudad. Emprendieron el largo viaje, sin contratiempos. Encarnación iba raramente locuaz...

—A ver si antes de invierno vienen niños. Años que no vemos nietos. Crecidos estarán ya...

—Crecidos, mujer, sí.

En Arica, la venta se hizo con rapidez. Encarnación cogió unos billetes para adquirir lana y otros objetos. Atravesó la calle sin percatarse del fluir inmisericorde de los vehículos... Ella debe haber sentido algo así como el golpe repentino de una estampida de reses.

El silencio cae sobre la mesa. El vino, si no consuela, puede ser un buen engaño para la muerte... El vino y, a veces, la conversación.

—Mi padre tiene ochenta y cinco años. Aún conserva su fortaleza física, pero me temo que la tristeza dará cuenta de él. En Collimi, una casa sin mujer es tumba donde se extravían los vivos... En lengua aymara se emplea la misma palabra para decir: ‘melancolía’ que ‘mujer ausente’.

-Al fatigarse la charla, nos hemos bebido dos botellas. Pedro se levanta y me dice, con su aparente impasibilidad andina:

—Pareciera, hermano que, a la postre, somos aún menos que el hálito de nuestras palabras.