Opinión

Zinn

Tenía una lectora fiel en Ferrol que, siempre con mucho cariño, me reprochó durante años la dureza de estas columnas de ateo impenitente, de rojo impertinente. Ella sentía honestamente cierta compasión porque pensaba que algunos de estos tipos somos recuperables para su causa.
Tenía una lectora fiel en Ferrol que, siempre con mucho cariño, me reprochó durante años la dureza de estas columnas de ateo impenitente, de rojo impertinente. Ella sentía honestamente cierta compasión porque pensaba que algunos de estos tipos somos recuperables para su causa. Estaba convencida de que el izquierdismo radical (el único que cabe donde hay injusticias radicales) y el ateísmo anticlerical (el único que cabe contra un clero entrometido) nos volvía de naturaleza cruel, insensible ante el dolor ajeno. No voy a negar que no lloro porque me lo dicte un titular de un periódico, y soy incapaz de sufrir por la desaparición de conocidos o familiares que no he sentido próximos. Pero tenemos el mismo corazón, si bien con destinos distintos. Esta semana murió Howard Zinn y, durante unos cuantos minutos, sufrí la noticia como otros lo hacen con un padre y otros con su cantante de postín o su actor de telenovelas, con dolor sentido. Este profesor de Historia es uno de los grandes intelectuales del siglo XX comprometidos con la gente corriente, la verdadera mayoría de nosotros. Eminentemente práctico, a mí me convenció más por sus emociones contra la violencia y el imperialismo de su país que la teoría razonable de muchos de sus contemporáneos. En España se ha publicado poco su obra, que está llena de humildad y sentido de la justicia. Su libro más importante, lectura obligada antes de opinar como se tiene por costumbre, se ha titulado aquí ‘La otra historia de los Estados Unidos’. Es conmovedor y a la vez aplastantemente documentado. Cuenta la historia de su gran país desde la llegada de los primeros barcos europeos al continente, pero lo hace desde el punto de vista de esa inmensa mayoría que son las víctimas: los indios, los trabajadores, las mujeres, los negros, los soldados imperiales, los espiados, los pobres, esa masa ingente que nunca aparece en los libros convencionales de historia porque se dedican a sobrevivir o a morir para dar nombre a las presuntas gestas de esos pocos que llenan las grandes páginas de los libros oficiales. Zinn dignificó los libros de Historia, que son los verdaderos insensibles ante el dolor ajeno. Al final, señora mía, no estábamos tan lejos uno del otro.