Opinión

Ustedes allá, nosotros aquí

“Todos os galegossomos da aldea”Luis González TosarA Manuel Suárez, tanequivocado como yoSi los gallegos de la diáspora no podemos votar en las elecciones municipales, porque “no estamos al cabo de los aconteceres de la parroquia”, menos debiéramos sufragar en los comicios para elegir diputados, presidente y aun eurodiputados.
Ustedes allá, nosotros aquí
“Todos os galegos
somos da aldea”

Luis González Tosar

A Manuel Suárez, tan
equivocado como yo


Si los gallegos de la diáspora no podemos votar en las elecciones municipales, porque “no estamos al cabo de los aconteceres de la parroquia”, menos debiéramos sufragar en los comicios para elegir diputados, presidente y aun eurodiputados. La marginación, pues, debiera ser completa, es decir que ya no pertenecemos a la tribu y ésta nos castiga por haberla abandonado, sea por la compulsión atroz del exilio o por el extrañamiento sordo del hambre.
¿Qué tenemos que saber a cabalidad de nuestras aldeas que no sepamos ahora?, ¿qué oscuros secretos ocultan para nosotros las noches parroquiales en A Touza o Santa María de Vilaquinte?, ¿cuáles transacciones soterradas de labriegos, artesanos y comerciantes no comprendemos? O es que quizá desconocemos la personalidad, el carácter y las intenciones de los candidatos a concejales… Acaso el pueblo votante –me pregunto–, alguna vez, en su inmensa mayoría, ha conocido a los prohombres que van representarle. Non me fodan, compañeiros. Sabemos cómo se vota, aquí y allá, quienes eligen a los forzosos mandatarios, sea a través de las coaliciones o por medio de las cúpulas de los partidos que levantan los candidatos sin mayor consulta ni acuerdo popular.
Quizá, después de todo, la democracia sea el menos deleznable de los gobiernos, pero cada vez el pueblo parece más lejos de ejercer sus precarios derechos a la libertad. Todo se nos impone desde arriba, existe un control subrepticio y eficaz de nuestras acciones; estamos a merced, entre otras entidades, de las grandes corporaciones que son dueñas de los servicios básicos, de las multitiendas, de los bancos (ahora de los hospitales, clínicas, escuelas y universidades). Pronto van a enajenarnos el aire, cuyo uso, cada cinco segundos, habrá que pagar con la implementación de máquinas o chips de respiración, controlados por alguna concesionaria, como las que hoy son dueñas, por ejemplo, de los caminos… Capaz que un día no muy lejano se aplique también un contador de pasos valorados a los peregrinos.
Yo propongo eliminar el voto emigrante, definitivamente, y aun prohibir el acceso por retorno de quienes dejaron las aldeas para integrarse a la vorágine incierta de la diáspora, salvo que paguen un considerable derecho de hospedaje a sus paisanos nativos, entendiéndose, previamente, que su categoría de visitantes no les exime del estatus de forasteros, aínda que falen a lingua nai mellor ca os da aldea.
El mundo está dividido –siempre lo estuvo, por lo demás– y no seremos los extranjeros de la diáspora quienes vamos a unificarlo, ni siquiera con los dudosos méritos del doble exilio vivido por tantas generaciones, que todo se paga en esta tierra –dicen– y por algo habrán tenido que marchar da Terra Nai, dejándonos (a los nacionales fieles, entiéndase) encargados de seguir arando as leiras, muxindo as vacas e facendo a mata dos porcos. En estas tareas no participan los exiliados de la diáspora, ¿por qué, pues, habrían de definir nuestros destinos con una simple cruz en una papeleta que vendrá por los aires como “blanca paloma con las alas plegadas y la dirección en medio”?, que escribió el bardo campesino de Orihuela.
Por eso me gusta el PP, porque tiene las cosas claras y no se confunde: “Ustedes, allá; nosotros, aquí, y todos tan felices…”.  
Pero esta forzada ironía, que no alcanza para retranca (en eso sí que echo en falta la aldea), me sabe muy mal, caro lector. Me siento como una especie de patético traidor, escuchando la voz de mi padre, Cándido da Touza, que andará en esta primavera gallega por las corredoiras de Santa María de Vilaquinte, camino del río Búbal, soñando con atrapar una trucha volandera y llevársela a mi abuela Elena, para agregarla al condumio de mayo, como una flor de plata extraída de las aguas que abrevaron su infancia.
Un paso adiante i outro atrás, Galiza.