Opinión

Toros

Aunque la mitad de España está ocupada con el pánico a que le caiga encima la crisis económica, vuelve a los periódicos el debate de los toros. En realidad, el retorno de esta sempiterna discusión no se debe a un redoble de esfuerzos de los antitaurinos ni a una expansión de las corridas de toros.
Aunque la mitad de España está ocupada con el pánico a que le caiga encima la crisis económica, vuelve a los periódicos el debate de los toros. En realidad, el retorno de esta sempiterna discusión no se debe a un redoble de esfuerzos de los antitaurinos ni a una expansión de las corridas de toros. La única razón de esta marea de artículos periodísticos (con debates políticos en parlamentos autonómicos) es la guerra de nacionalismos que pervive en el Estado español, y este sí que es un debate importante e inacabado. Con la excusa del toreo como herramienta de identidad nacional, los dos nacionalismos se atizan y enfrentan a unos ciudadanos con otros, en esa fiebre estúpida a la que llevan los nacionalismos cuando se exageran y se pretende cortar a los hijos de la patria por el mismo patrón. Vaya por delante que me horroriza el toreo y que éste reciba ayudas públicas; y vaya también mi inclinación por el nacionalismo ocupado antes que por el ocupante (unirse por defensa es más justo que unirse por imperialismo), pero quiero pensar en los medios de comunicación, que en la página seis colocan a su crítico taurino alabando la última corrida en Las Ventas y en la portada atacan con dureza la matanza de focas en Canadá (la foca es a Cánada lo que a los gallegos nuestro cerdo y nuestras gallinas). O que en una página critican los devaneos sexuales de un famosillo y en la siguiente toleran anuncios de grandes puticlús de dudosa seguridad para muchas mujeres allí recluidas. En definitiva, que deberíamos aprender a leer y a respetar sólo a aquellos medios que se lo merezcan.