Opinión

Sostenibles

Pensemos por un momento que los gobiernos del mundo se empeñan en poner fin a la pena de muerte. Y van esos políticos y nos presentan modernísimas guillotinas que no irritan el cuello o una inyección letal tan humanitaria que provoca la sonrisa del reo durante sus últimos minutos en el cadalso. Estafa, diríamos.
Pensemos por un momento que los gobiernos del mundo se empeñan en poner fin a la pena de muerte. Y van esos políticos y nos presentan modernísimas guillotinas que no irritan el cuello o una inyección letal tan humanitaria que provoca la sonrisa del reo durante sus últimos minutos en el cadalso. Estafa, diríamos. Sin embargo, hay otros fraudes que no nos irritan en masa porque están mucho mejor adornados por el dinero de las grandes corporaciones, dueñas de los políticos que ganan las elecciones. Sucede con las promesas para afrontar el cambio climático o con la ley de Economía Sostenible presentada por el Ejecutivo español: insisten en mantener el mismo modelo de consumo y pretenden convencernos de lo contrario. Es ésta una de las cuestiones políticas en las que los dos grandes partidos sólo se diferencian en matices estéticos que ambos exageran para anular un pensamiento alternativo. Si nos hiciéramos una idea real de lo que se silencian –o suavizan– las alarmas de la comunidad científica, pulsaríamos definitivamente el botón del desarrollo sostenible, como acabaríamos con el hambre en el mundo si advirtiéramos que se acaba con una decisión política. Somos capaces de digerir un cuento sobre el cuidado medioambiental durante una carrera de Fórmula 1 u otros deportes de consumo irresponsable de petróleo; hacemos interminables viajes en avión para dar conferencias sobre energías renovables o competimos con el pueblo vecino para ver quién coloca más bombillas de colores en las calles durante las Navidades mientras dejamos otros barrios a oscuras.