Opinión

Soliloquio del desengaño

El mundo fluye, corre, se desliza vertiginoso, mientras nuestras reflexiones caminan a paso de tortuga… Cuando venimos a reaccionar en pos de algún posible entendimiento, los hechos y sucesos desaparecen tras el horizonte, como un navío cuyo mástil mayor fuese borrado por la línea de lontananza antes de lograr discernir su bandera… La velocidad es el principal enemigo de nuestro tiempo, aunque los seres humanos pugnemos por servirnos de ella para
Soliloquio del desengaño
El mundo fluye, corre, se desliza vertiginoso, mientras nuestras reflexiones caminan a paso de tortuga… Cuando venimos a reaccionar en pos de algún posible entendimiento, los hechos y sucesos desaparecen tras el horizonte, como un navío cuyo mástil mayor fuese borrado por la línea de lontananza antes de lograr discernir su bandera… La velocidad es el principal enemigo de nuestro tiempo, aunque los seres humanos pugnemos por servirnos de ella para alimentar la entelequia del progreso permanente: avanzar, avanzar a toda costa, ¿por qué?, ¿hacia qué?, ¿hacia dónde?... Pareciera no haber metas ni razones fuera de ese móvil incierto que el sistema impone desde la cúpula a los borregos consumistas que reptamos como hormigas, esclavos de nueva esclavitud, llevando la carga productiva hasta grandes depósitos donde se alimentan las descomunales reinas devoradoras, sin rostro ni filiación, diosas desprovistas de eternidad, divinidades sin sueño de perfección ni metafísica posible, pues la teleología al uso sólo prescribe producir-publicitar-vender-comercializar hasta el infinito lo que obran los hombres en el penoso obradoiro de sus vidas enajenadas por desconocidos propietarios… Mientras tanto, se agotan las fuentes de energía, no dan abasto los ríos para producir la chispa eléctrica que se difundirá por millones de millones de cables tendidos y millares de torres de alta tensión… Los japoneses explotan al máximo sus centrales nucleares para mantener las luces fatuas de ese grotesco paradigma de árbol navideño que es Tokio, como si alguien, más allá de la estratosfera, exigiera aquellos brillos nocturnales para desvelar su propio vacío… Los estadounidenses no les van en zaga, afanados como están en la elaboración de más y mejores armas para exterminar al ‘enemigo’, al tiempo que combaten el flagelo universal del narcotráfico, consumiendo, dentro de su inmenso territorio, el sesenta y cinco por ciento de toda la droga producida en el planeta, manteniendo en sus cárceles a la cuarta parte de la población penitenciaria del orbe… Los europeos tratan de sostener su heterogénea ‘comunidad’, en la que unos pocos estados producen según cánones de alta tecnología, mientras la mayor parte de sus miembros precoces esperan los subsidios para vivir en las constantes incitaciones del hedonismo desaforado, llamándose a sí mismos “desarrollados”, como si este título fuese una patente de corso para pertenecer a la orilla buena del mundo, donde se come cuatro veces por día y se accede a los entretenimientos de última moda, aunque trenes cargados de desechos radioactivos recorran las vías de Europa y depositen su carga letal en minas abandonadas por los hiperbóreos –que buscaban sal con el propósito de conservar la carne furtiva de las cacerías–, para evitar una contaminación que igual llegará, con el agua de la lluvia que penetra las napas para hacer hervir aquel polvo maldito, como mefítica infusión antes de los veinte mil años necesarios para su degradación ‘natural’… No hay agujeros suficientes para esconder los millones de toneladas de basura que cada día producimos los humanos –bueno, los que comemos como Dios manda, y el resto, que se joda enterrando sus huesitos esmirriados bajo la yerma sabana de África– porque es imposible habilitar vertederos al ritmo frenético de la producción y su vástago inflacionario, el corrosivo detritus del homo sapiens… Las fuentes alternativas de energía son caras e insuficientes para el ritmo de crecimiento que exige la economía neocapitalista ‘sauvage’, exacerbada por la incorporación febril y fabril de la gran China y la enigmática India, nutriéndose ambas matrias venerables desde la cadena expoliadora que no reconoce derechos mínimos de la infancia ni de la maternidad ni de la vejez ni de la madre que los parió… El valor adquisitivo del dólar cae en picado, los exportadores chilenos de este microscópico reino de dieciséis millones de seres emergentes claman a los gobiernos de turno para que les restituyan la plusvalía que están perdiendo en los mercados internacionales… Estamos estudiando el tema, dicen los expertos gubernamentales, pero no es tan fácil el ajuste ni menos bajar las tasas de interés, son tantos los factores de la economía, ciencia que no lo es, materia escurridiza y sorpresiva como las reacciones humanas, que nunca se sabe por dónde saltará la liebre; es cosa del bien y del mal, digo yo, y del pecado originario que nadie ha sido capaz de dilucidar bien, si es asunto del remoto atentado contra el árbol de la sabiduría (nadie conoce ese árbol cuyas manzanas hubieran encantado a Borges) o simple transgresión sexual, ahora que perseguimos esta libertad –la del sexo– rompiendo todos los límites de la moral de las viejas religiones, con su pedofilia como subproducto bajo las sotanas y sus desviaciones en la sacristía y la caterva de hijos ilegítimos que los curas llaman “sobrinos”… ¿Y Dios Padre y Jesús Cristo, ubi sunt, a dónde se fueron? ¿Y el plan universal de la salvación por los fines y la gracia gratuita?, ¿la vida eterna?, ¿la felicidad en el Último Encuentro con la Trinidad?... Los chinos abandonan la Gran Muralla y se esparcen por el universo mundo, comprando pequeños y medianos negocios por unas cuantas monedas, apoderándose del corazón de las ciudades occidentales, sin disparar un solo tiro, con sus sonrisas de máscara de carnaval y sus traicioneras venias de saludo… Vendrán luego los indios (no los nuestros, sudamericanos, aniquilados y sin nombre propio ni menos historia valedera) sino los de la arcaica India del Mahatma asesinado… Los musulmanes esperan su hora, sentados sobre la paciencia mahometana, escarneciendo a sus mujeres y lapidándolas cuando transgreden la regla incólume… Los industriosos amarillos construyen los autos ataúdes donde va a enterrarse la especie humana en una interminable carretera-cementerio donde fenecerá el sueño del viaje sin puerto… ¿Y nuestras culturas?, ¿y nuestras lenguas, mayoritarias o minoritarias, lo mismo da?, ¿qué será de ellas, vueltas galimatías en la memoria universal?... Lo advirtió Spengler, mas, ¿quién lee a Oswald el Reflexivo?, ¿quién atiende a las palabras extraviadas de los filósofos, hoy fuera de las aulas, habitantes residuales de viejas tabernas compartidas con locos y poetas?, si la Historia ha muerto también en el derrumbe del Humanismo, con sus grandes lenguas vernáculas hechas polvo y ceniza… La res humana y lo que resta de naturaleza es ahora asunto de especialistas y naturalistas con experticia en unas cuantas moléculas que se mueven de aquí para allá, buscándoles ellos la relación con los agujeros negros y el Big Bang, ese dios precario que no conforta a nadie y al que se le teme como al mayor de los terroristas –¡miren que explicar una creación maravillosa como salida de una estallido colosal fortuito en el centro del Universo!...–. Y en toda esta queja de mi desengaño que profiero a solas aparece de pronto la palabra ‘maravillosa’… Es porque aún creo en la posibilidad de las maravillas, sea desde el arte o desde la palabra, aunque no sea más que nadar a contracorriente del Progreso y de los ‘progres’ y de los ‘momios’ reaccionarios, que hace mucho todos cabalgan revueltos en la misma alforja del mulo planetario que les lleva al depósito final… Abro el libro –individuo único e indivisible aunque le arranquemos sus hojas– pues su lectura es como abrir ventanas a un mundo menos hostil, amable en algún sentido, a través del cual podemos seguir caminando por senderos de mínima esperanza… Entonces, mi soliloquio puede volverse diálogo, porque en las palabras escritas morosa y amorosamente, o incluso llenas de rebeldía y protesta, o airadas de hondo resentimiento, siempre encontrarás un diálogo con el otro individual o, al menos, con el que va contigo, el que te habla desde la sombra con voces que irás aprehendiendo, poco a poco, como las sílabas que los amantes se prodigan en secretos balbuceos… Mientras quede un alma, no lo olvides, todo no está perdido, aunque sea como la nuestra, insatisfecha, anhelante, contestataria, insoportable a ratos en el desgranar monocorde de su soliloquio.