Opinión

Un siglo de Cesare Pavese (1908 / 2008)

Piamontés universal, Cesare Pavese es sin duda uno de los más significativos escritores italianos del siglo XX. Nacido el 9 de setiembre de 1908 en el medio campesino de Santo Stefano Belbo, en las Langhe, hijo de un secretario de juzgado en Turín, iba a concluir poniendo fin a su vida (“Palabras no. Un gesto.
Un siglo de Cesare Pavese (1908 / 2008)
Piamontés universal, Cesare Pavese es sin duda uno de los más significativos escritores italianos del siglo XX. Nacido el 9 de setiembre de 1908 en el medio campesino de Santo Stefano Belbo, en las Langhe, hijo de un secretario de juzgado en Turín, iba a concluir poniendo fin a su vida (“Palabras no. Un gesto. No escribiré más”, son las últimas líneas de su indeleble diario: El oficio de vivir), en un cuarto de hotel en Turín, el 27 de agosto de 1950. Esa vida –y esa obra– se irían cubriendo de significados a la vez hondos y nítidos, donde conviven voces ancestrales y moderna lucidez, cuya riqueza, perfección formal, perdurabilidad y resonancia permiten considerarlo un auténtico clásico.
Dueño de una apasionada inteligencia, una bella sensibilidad y una indomable voluntad de raciocinio, en pocos como en él, se reunieron en su época, a la vez como evidencia estética y como testimonio intelectual, por un lado la entereza de un humanismo capaz de pensar y de intentar un mundo para todos (“en medio de la sangre y el fragor de los días que vivimos va articulándose una concepción distinta del hombre. Técnicamente especializado, pero radicado en una sociedad cuyo ideal no puede dejar de ser el siempre mayor conocimiento de cada uno –lo que significa la máxima eficiencia del trabajo individual, pero consciente del trabajo de todos–, el hombre nuevo será puesto en condiciones de vivir la propia cultura... y de reproducirla para los otros, no en abstracto, sino en un intercambio cotidiano y fecundo de vida”). Junto a ello, la devoción por una belleza que no se niega a ninguna verdad, por aparentemente oscura que llegara a parecer (“La fuente de la poesía es siempre un misterio, una inspiración, una conmovida perplejidad ante lo irracional, tierra desconocida”). En esa tensión, de la que su obra –tan tersa y límpida como cargada de profundos y primigenios contenidos, amplia de géneros pero siempre coherente en forma y sentido– no supo dejar afuera a su propia vida, alcanza una tensión y una calidad especialmente tocantes. Y sin embargo, ese humanismo ejemplar convive con la aguda conciencia del tiempo y de la muerte, ese humanismo (como debe ser) no se niega a ningún dato de la realidad humana, y aunque el suicidio parece constituir el broche de la angustia, hay una tozuda, lúcida y fecunda voluntad de vida, de belleza y de trabajo que emerge limpiamente de sus palabras.
Hay en todo Pavese la felicidad del trabajo consumado, esa satisfacción por el logro tras el esfuerzo, pero también la insatisfacción permanente ante el vacío posterior, ante la incapacidad de volver a colmarlo o el temor de no lograrlo. A ese vacío aludió como uno de los motivos de su suicidio, y aunque nunca lo podamos saber con exactitud (¿quién podría?), resulta imposible no advertir que el hombre capaz de realizar en sólo 42 años de vida una obra semejante, difícilmente estuviera terminado como artista. El mismo que, horas antes de tomar una trágica decisión, escribía en su célebre diario El oficio de vivir: “Mi parte pública la he hecho –lo que podía–. He trabajado, he dado poesía a los hombres, he compartido las penas de muchos”.