Opinión

Rubro 59

No fui hecho para la política porque soy incapaz de querer o de aceptar la muerte del adversario.Albert Camus Cacarean. Cacarean con bombos, con prepotencia, con absurdos. Viene de lejos todo, viene de lejos. Los bombos, el cacareo y el engaño. Ahora se suman departamentos, ministros, legajos, planes de vivienda, fútbol.
No fui hecho para la política porque soy incapaz de querer o de aceptar la muerte del adversario.
Albert Camus
 
Cacarean. Cacarean con bombos, con prepotencia, con absurdos. Viene de lejos todo, viene de lejos. Los bombos, el cacareo y el engaño. Ahora se suman departamentos, ministros, legajos, planes de vivienda, fútbol. Viene de lejos, de cuando iba a la escuela primaria y mi padre me hablaba de los políticos, los intendentes, los gobernadores, los sindicalistas, los empresarios. Cuando me hablaba de los señoritos, de la Guerra Civil Española, de los curas y de los demagogos. Por esos años nacieron las villas miserias, en pleno crecimiento, en pleno cacareo. Distinto, sin duda, pero no mucho. Ahora todos son populistas, ahora todos no vacilan de culpar de los males al otro. El chivo expiatorio de los errores es el otro. Lo dicen convencidos, lo dicen con prepotencia, lo afirman sin rubor. Todo se transformó en el rubro 59, con perdón de las prostitutas.
Indiscriminadamente: estamos llenos de lugares comunes. Todo se volvió extremadamente burdo, grosero. La industria del fútbol, los caballeros que hablan de filosofía, de pensamiento nacional y popular, de revoluciones.  Crece un repertorio de personajes cómplices o aliados del desatino, del milagrerío, de voces nasales. Estereotipos de malandras, profesores de cachiporra, nos deleitan con sus mutaciones, sus gestos furibundos, su saliva democrática sobre la pechera. Y luego se tragan sapos, culebras, tocadas de nalgas. Y siguen de transición en transición, de cargo en cargo, de fachada en fachada. Entonces hablan de víctimas, de victimarios, de edificaciones, de puestos de trabajo, de futuro, de modernismo. Y se hacen los distraidos. ¿Y en Noruega o en Estados Unidos? Ya sabemos, querido lector, ya sabemos.
En los países más pobres del mundo un tercio de los niños están desnutridos. Presentan por lo tanto enfermedades infecciosas, trastornos de aprendizaje. En esos países la expectativa de vida apenas sobrepasa los cincuenta años. En los países ricos ya se está en los setenta y siete. Millones de seres pobres mueren de malaria, de tuberculosis, de neumonía, de sarampión.
En muchos países del tercer mundo se habla de implantar la mano dura. Una policía fuerte ante la delincuencia y el caos social. Michel Foucault escribió: “La delincuencia es demasiado útil para que se pueda soñar con algo tan tonto y tan peligroso como una sociedad sin delincuencia. Sin delincuencia, no hay policía. ¿Qué es lo que hace tolerable la presencia de la policía, el control policial a una población si no es el miedo al delincuente?”
Hablamos de hipocresías, caballeros. De montajes de espectáculos, señores. De aventureros mass mediáticos. De imágenes que se construyen porque son distintas a los políticos profesionales. De la honradez del devocionario. Que mienten, que engañan, que proponen. Y dicen y prometen. Que mienten como ladrones. Que la bondad humana y la honradez cambian las cosas. Miseria del lenguaje de los bastardos. Sin remilgos. Olviden. No dicen estructuras. Estafan y son estafados. Con la moralina de “políticos decentes”, “militares patriotas”, “empresarios honestos”, “sindicatos participativos”, “intelectuales éticos”. Zonas de fraude, borran las huellas del evangelio. Y santos y relicarios y sacralidad. Plagios. Crean la sobreactuación como aquella Mani Pulite. Fascina el engaño, la esperanza, el novio perfecto y la señorita casta. Mecanismos ocultos que construyen el poder, las sectas. Me repliego, nos replegamos. Y crece el fetichismo organizado. Al don, al don, al don Pirulero, cada cual, cada cual atiende su juego. Y el que no, y el que no, una prenda tendrá. La acomodación, el deslizarse. Ruptura, autoexclusión. Pragmático, compañeros, de rodillas.
Dicen, los que creen en la astrología y en los palitos chinos, que los políticos son la última reencarnación del mal en el mundo. Agregan que lo que dicen es directamente proporcional a lo que no hacen. Lo dramático es que la gran mayoría de políticos, sindicalistas, empresarios, intelectuales y funcionarios no saben. No saben que no saben. Desconocen que no saben. Ignoran su mediocridad. Con hipocresía ignoran su descrédito.
Casi todos los dirigentes en esta tierra están en instituciones vacías de sentido. Se vanaglorian de su ignorancia. Privilegian lo rápido, el banquete, la sorna. Son parte de una sociedad alienada, una sociedad con mensajes ensordecedores que reverencia “la cultura adolescente”. En esta “cultura”, producto de la manipulación, participa una maquinaria infernal.  Pierden y dicen que ganan; roban y dicen que se sacrifican por el pueblo; hablan de los pobres y viven en mansiones. Levantan banderas, discursos, monumentos. Llevan a pobres diablos en camiones o  en coches desvencijados a actos de los cuales no tienen la menor idea. Compran, ensucian, embarran. Todo, a cada paso, en cada momento. Y prometen, hacen inauguraciones una, dos, tres veces. De algo que no existe. O existe a medias. Y todo es revolucionario, todo es ejemplar.
Leamos con atención. En materia de creación artística, importa esencialmente que la imaginación escape a toda sujeción, no se deje imponer filiación bajo ningún pretexto. A aquellos que nos presionen, hoy o mañana, para que consintamos en que el arte sea sometido a una disciplina que tenemos por radicalmente incompatible con sus medios, oponemos un rechazo inapelable, y nuestra deliberada voluntad de mantenernos en el lema: todas las licencias al arte. Son las voces de León Trotsky (que firma el manifiesto surrealista bajo el nombre de Diego Rivera) y André Breton quienes oponen el principio anarquista de la creación artística a la política cultural practicada por Stalin en la Unión Soviética.
Querido lector: es inquietante los cortesanos que veo en el horizonte. Son inquietantes sus rostros, sus voces, sus gestos, sus silencios. Además, optan por la espectacularidad. El riesgo es de una magnitud insospechada.