Opinión

Ricky

Le prometo que éste iba a ser un artículo sobre Ricky Martin y la discriminación que los homosexuales sufren en todo el mundo, especialmente las personas que no son ricas ni poderosas o aquellas de países muy sometidos a las grandes religiones, entre ellos España, que esta semana ‘Santa’ se arrastra en cultos de virilidad fanáticos si se observan desde el espacio exterior.
Le prometo que éste iba a ser un artículo sobre Ricky Martin y la discriminación que los homosexuales sufren en todo el mundo, especialmente las personas que no son ricas ni poderosas o aquellas de países muy sometidos a las grandes religiones, entre ellos España, que esta semana ‘Santa’ se arrastra en cultos de virilidad fanáticos si se observan desde el espacio exterior. Decía que iba a ser ésta una columna sobre lo cruel de tener que ocultar la propia afectividad. Es cierto, pero el privilegio de escribir opinión en el mejor rincón de un periódico –éste rincón lo observan los de la versión papel en la ‘Contra’, ya que me niegan abrir desde la Primera, donde liarme a codazos con Núñez Feijóo– tiene un peaje: la concisión. Así que advierto que siento poca compasión por los problemas afectivos de un tipo rico y saludable, porque de las tres necesidades que canta el tango de Sciammarella (salud, dinero y amor), la última es la más fácil de bailar en niveles aceptables y sólo depende de nuestra generosidad. La primera, la salud y sus garantías, es el primer e imprescindible escalón para construir una democracia decente. En Estados Unidos, la primera causa de quiebra en las familias se produce por las deudas con las aseguradoras de salud. Habría que estudiar a fondo la relación que el pánico a la exclusión social y sanitaria tiene con la tremenda violencia interna de ese país, con unos datos que no se repiten en ningún otro país ‘avanzado’ con mayores coberturas sociales.