Opinión

El rey de los pepinos

Y ahora los alemanes. Para todo lo malo siempre están ‘los otros’, asumiendo la herencia de la teoría del contubernio mundial contra España, la nación más grande pese a un reducido grupo de descarriados nativos que entre uno y otro mundial de fútbol se ponen la camisola del Barça. Si en España hubieran muerto veinte paisanos por un brote de E.
Y ahora los alemanes. Para todo lo malo siempre están ‘los otros’, asumiendo la herencia de la teoría del contubernio mundial contra España, la nación más grande pese a un reducido grupo de descarriados nativos que entre uno y otro mundial de fútbol se ponen la camisola del Barça. Si en España hubieran muerto veinte paisanos por un brote de E. coli y existiera un rumor difuso de que se debía a una manzana francesa, por los Pirineos no habría pasado ni el Tour de Francia, y todos habríamos comprendido que las cautelas lleven a extremos (al extremo, no lo olvidemos, de ejercer la libertad de no comprar). Pero lo alemán, todo el pueblo alemán en su conjunto, está obsesionado con castigar a la envidiada potencia ibérica. El manual del buen español obliga a gritar en el bar lo que nadie tiene pelotas de decir a los que verdaderamente empeoran la vida de los españoles: los especuladores del suelo a los que compramos pisos para revenderlos, los jefes explotadores ante los que nos arrastramos mientras nos escupen, los ladrones de subvenciones públicas a los que aceptamos discursos neoliberales. Y, por supuesto, al rey de los pepinos, que se pasa por el pepino la lista de espera que sufren decenas de miles de españoles para poner una prótesis en su rodilla y disfrutar del programa de rehabilitación que sistemáticamente se le niega a sus súbditos, súbditos con cerebro de pepino que se ponen a las puertas de un hospital para aplaudir mientras les dan calabazas.