Opinión

Revistas de papel couché

Lo señaló Manuel Machado, y de ese desabrío en que a veces se convierte la España “vieja y tahúr, zaragatera y triste”, la de charanga y el mañana efímero, él sabía en demasía. Un país en que a uno lo matan con aversión por ser español (ejemplo: los asesinatos de los etarras), es puro desmadre o la misma madre que lo parió a uno.
Revistas de papel couché
Lo señaló Manuel Machado, y de ese desabrío en que a veces se convierte la España “vieja y tahúr, zaragatera y triste”, la de charanga y el mañana efímero, él sabía en demasía. Un país en que a uno lo matan con aversión por ser español (ejemplo: los asesinatos de los etarras), es puro desmadre o la misma madre que lo parió a uno. Lo dijo César Vallejo, el poeta cholo, gritando de espanto ante el anatema de la guerra civil ibérica: “¡Señor, quita de mi éste cáliz!”.
Ese odre repleto de vino agrio y noches taimadas, lo está bebiendo hasta el último sorbo Telma Ortiz Rocasolano, la hermana de la Princesa Leticia, al haber  perdido la demanda contra más de 30 medios de comunicación con la que pretendía evitar ser fotografiada. Igualmente, ha sido condenada a pagar las costas del juicio que se estima superarán los 42.000 euros.
Una juez de la ciudad imperial de  Toledo, cuna de la judería hispana,  llamada con nombre comunero, María Lourdes Pérez Padilla, ha denegado la petición, afirmando tan campante que el parentesco de Telma con su hermana Letizia, es “evidente” y por ello niega su solicitud de no ser perseguida sin piedad, día y noche, por docenas de fotógrafos salidos de esa jauría llamada revistas del corazón.
Su señoría, la tal Padilla, ahora debería recibir la idéntica medicina que con tanto regusto avaló. Se hizo famosa, populachera, el país carpetovetónico ya la conoce, causa y razón para saber de sus gustos, rarezas, amoríos, desengaños, y toda la tripería de sus pasos entre los mundanos tribunales o fuera de ellos.
Albert Camus, hispano de profesión y oficio, ha dicho con solidez meridiana algo que retrata en su dimensión cabal la realidad peninsular de ahora mismo:
“Fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, golpeado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no obtiene recompensa”.
Nadie debería tener derecho –en la tierra de Teresa de Jesús o Confucio, Mahoma o Bob Dylan– a escarbar en la vida privada de nadie sin su expreso consentimiento. La libertad termina en el lugar exacto en que comienzan mis derechos. Nadie los puede traspasar. Si alguien por voluntad propia quiere venderlos al mejor postor y ver su palmito desparramado en papel couché, es bien libre de hacerlo; de lo contrario,  tal acción debería estar rígidamente penada.
¿Es delito ser la hermana de la Princesa de Asturias? ¿Recibe del erario público una mesada por serlo?