Opinión

Presiones

La mayoría de los lectores de este semanario viven en América y, en menor medida, en algunos países europeos, pero si abren este periódico y llegan hasta esta página final es que tienen una morriña descomunal de la patria gallega que no son capaces de aliviar ni siquiera en este siglo del correo electrónico y la televisión a la carta.
La mayoría de los lectores de este semanario viven en América y, en menor medida, en algunos países europeos, pero si abren este periódico y llegan hasta esta página final es que tienen una morriña descomunal de la patria gallega que no son capaces de aliviar ni siquiera en este siglo del correo electrónico y la televisión a la carta. Para ustedes será tan difícil como para mí digerir el falso progresismo que se esconde tras la política lingüística del nuevo Gobierno gallego, que se basa en que la Administración propugne la libertad de elección entre el castellano y el gallego. La decisión parte de la premisa de que el gobierno anterior ha tratado de “imponer” el idioma gallego a otros gallegos que no lo deseaban y que, según esta teoría, no pueden acceder al castellano para hacerse ciudadanos del mundo. Pues no se alarme, querido compatriota emigrante, que el mundo no se ha vuelto ni justo ni del revés: en esta tierra que usted tuvo que abandonar, el gallego en el que se crió sigue siendo el idioma de los que menos tienen, y el castellano sigue siendo la lengua insignia del jefe, del juez, del banquero y de los que aspiren a trepar por esos puestos algún día. En América hay algunos casos de idiomas nativos con complejos en sus hablantes frente a los imperios lingüísticos españoles y de Estados Unidos, pero el caso de odio profundo al propio idioma es un caso único en el mundo que denota cómo hemos interiorizado el complejo de inferioridad que nos inculcaron desde fuera.