Opinión

Una pregunta demoledora

En noviembre de 2002 me encontraba en la Universidad de Carabobo, en la Valencia venezolana, cuando me plantearon de improviso la inefable cuestión: “¿Qué es la poesía?”. A la cual sólo atiné a contestar lo que sigue:Hay preguntas acaso ineludibles, especialmente en determinadas circunstancias. Y que, sin embargo, resultan de una inocencia tal vez demoledora. No siento que sea posible definir a la poesía.
Una pregunta demoledora
En noviembre de 2002 me encontraba en la Universidad de Carabobo, en la Valencia venezolana, cuando me plantearon de improviso la inefable cuestión: “¿Qué es la poesía?”. A la cual sólo atiné a contestar lo que sigue:
Hay preguntas acaso ineludibles, especialmente en determinadas circunstancias. Y que, sin embargo, resultan de una inocencia tal vez demoledora. No siento que sea posible definir a la poesía. Entre otras razones porque toda generalización –y no sólo en estas lides– se me hace por lo menos sospechosa, si es que no casi fascista. Aunque hay algunos intentos claramente indelebles: “la gloria de la lengua” (Dante Alighieri), “la alegría (la dicha) del lenguaje” (Wallace Stevens). Pero sí creo que deberíamos proponernos llegar a saber, y hasta a decir, qué es lo que convierte a ciertas palabras en poesía. Qué es lo que vuelve poema a algunos vocablos cotidianos o suntuosos, iluminados o inocentes. Intuyo que es allí, en la selva viva del lenguaje humano, en el corazón mismo del mundo y de la especie, en la carne viva del lenguaje que somos, donde florecen las preguntas, ya que no vislumbro que haya respuestas en otra dirección, en otros rumbos. Y esta vía tiene además una enésima ventaja, la de contar con un invalorable adelantado, con un compañero de ruta tan fraternal como exigente: Paul Valéry. El mismo que supo aludir al poema como “esa prolongada oscilación entre sonido y sentido”. No he llegado más lejos, todavía.