Opinión

Poetas ante el exilio

Para Cristina Buceta, que indaga en la psicología del desarraigo…Mi padre llegó a la Argentina en diciembre de 1924. Tenía doce años de edad.
Para Cristina Buceta, que indaga en la psicología del desarraigo…

Mi padre llegó a la Argentina en diciembre de 1924. Tenía doce años de edad. Nunca había visto el océano sino hasta esos días de noviembre en que se embarcó, junto a sus seis hermanos y a sus padres, en A Coruña, para cruzar el charco… Poco después, iba a sentir el peso del desarraigo en medio de ese inmenso mar de cemento que era Buenos Aires… Hablaba de esa experiencia: “Iban a pasar muchos años para que yo pudiera asumir aquella sensación de angustia, extraviado en una urbe gigantesca, niño campesino aún, que sólo conocía por los ojos montes suaves y pequeñas fincas entre muros de piedra donde crecía la hierba venturosa…”.
Mi padre siempre estaba de pie; apenas terminaba el almuerzo o la cena en nuestra casa de La Cisterna, él caminaba por la habitación, con un cigarrillo entre la mano y los labios, acercándose de manera casi inconsciente hacia la puerta, atisbando el sendero que daba a la verja, como si esperase que alguien viniera a buscarle… Tenía vivo el anhelo del regreso en sus ojos azules, pese a que ya había superado la cincuentena y en esta tierra del fin del mundo le crecían ocho hijos y seis pequeños nietos, y su mujer chilena –mi madre– y la abuela gallega y las tías que continuaban encendiendo el fuego en la eterna lareira…
Hay mucho de irremediable en cada exilio, sea éste motivado por necesidades de sustento o por desarraigo ideológico o por búsqueda de aventuras al otro lado del mar… Has perdido la Casa, el espacio de tus sueños, el aire y los aromas, el paisaje, los seres amados, las voces, el son de la campana de la pequeña iglesia, el trazo del humo sobre las losas del tejado que rezuma el llanto de la lluvia… Las palabras pueden ser un consuelo catártico y también patético ejercicio de impotencia humana… Se te hace carne el viejo tópico: “Ubi sunt”, ¿dónde están?, que expresaron con hondo desgarramiento poetas como Jorge Manrique, ante esa otra forma de exilio que es el desgajamiento de un ser amado y entrañable…
Vuelves a la Casa, después de años, y te das cuenta, en palabras de Neruda, que “nosotros los de entonces ya no somos los mismos”, y que también ella ha cambiado, está llena de arrugas y grietas y se queja cuando apoyas el pie en sus tablas ennegrecidas, como si tu propio peso ya no fuera el tibio deslizarse en su regazo de otrora, porque “nos niños de antano xa non hai paxaros hogano”…

Airiños, airiños aires,
airiños da miña terra;
airiños. Airiños aires,
airiños, levaime a ela…

Levaime, levaime airiños,
levaime a donde m’esperan
unha nai que por min chora,
un pai que sin min n’alenta,
un irmán por quen daría
a sangre das miñas venas,
e un amoriño a quen alma
e vida lle prometera…

Si pronto non me levades,
¡ai! morrerei de tristeza,
soia nunha terra estraña,
donde estraña m’alomean,
donde todo canto miro
todo me dice: ¡estranxeira!

El lamento poético de Rosalía es nostálgico, doloroso, pero carece de la carga iracunda de quien vio forzado su desarraigo por razones ideológicas, por la acción de poderes brutales que negaron, con pólvora y cadenas, todo hálito de fraternidad…

Sombra de Prometeo encadeada,
aquel mozo que fun está xa morto.

Busco unha terra limpa. Agora busco
unha patria sin sangue e non a topo.

Lonxana primavera. Escoito voces
na noite estremecida. Ríos longos.
¿Onde estarás, meu corazón de entonces,
meu doce corazón que non te alcontro?

Pregunto e non contestas, morte negra.
¿onde se foi aquel vivir gozoso?

Soio te teño a ti, miña memoria
envolta en señardades e recordos:
unhas pingas de chuvia esbagoando
por un cristal de soños.

Sobre a lama do mundo vou andando.
Gardo loito sin fin por aquil mozo.


Celso Emilio Ferreiro conoció aquel exilio del odio que tan bien refleja en su poemario ‘Longa noite de pedra’. El dolor es el mismo y se hace universal, sean quienes lo padecen gallegos, irlandeses, mejicanos o esos hombres de piel oscura que hoy atraviesan el mar en precarias barcas para buscar el sustento y la paz allí donde nos cuentan que hay un Paraíso; pero también los hombres de esa ribera han perdido la memoria histórica y ya no recuerdan que fueron, por miles y miles, aves trashumantes que buscaban el cobijo más allá de las fronteras, porque el mundo sigue siendo, al decir de un poeta peruano, “ancho y ajeno”.