Opinión

El poeta árbol

Tuvimos durante un tiempo en Buenos Aires dos grandes diarios de Italia que llegaban acompañando, cotidianamente, a sendos periódicos argentinos.
Tuvimos durante un tiempo en Buenos Aires dos grandes diarios de Italia que llegaban acompañando, cotidianamente, a sendos periódicos argentinos. Así pude comprobar, no sin cierta sorpresa, que en el Corriere della Sera todos los días se publicaba el texto de un poeta italiano, cosa inimaginable en nuestras playas, donde los poemas (y prácticamente cualquier creación literaria) han desaparecido de casi todos los suplementos culturales, con la única excepción de algunos muy pocos que resisten más que dignamente en provincias.
Pero cual no sería mi alegría cuando el sábado 18 de marzo del 2000 vi publicado a Giuliano Scabia, que tuve la suerte de conocer en el Festival Internacional de Poesía (Medellín, 1997). Dentro de cierta conceptuosidad general, ese poema suyo: “Dice la mucca pazza”, me pareció de los más maduros y originales, de una sonora y quizás campesina riqueza de sabores y olores, de sonidos y gustos y colores, y hasta con el condimento mal llamado dialectal, tan vecino con la maravillosa vida de todos los días.
De inmediato le envié unas líneas con el recorte, en mi frágil italiano, tratando de transmitirle de algún modo lo que me había hecho sentir, junto con algunas de mis primeras traducciones de su poesía. Tengo la sensación de que para un momento como el que atravesamos, donde casi universalmente ha logrado imponerse en cuanto a la escritura de poesía un criterio ultra-conceptual y anafrodisíaco en lo que hace a su musicalidad, a su textura, a la carnalidad de los textos, Scabia resulta una de las pocas voces europeas que sigue encarnándose en un lenguaje expresivo, que en él resulta al mismo tiempo profundamente original y también representativo de medios más amplios. No es casual tampoco que en él emerja con tanta fuerza ese ingrediente dialectal, rural, no sólo en lo que hace a su riqueza sonora y significativa sino también a todo lo que abarca al hacerlo, inclusive de fecunda y contagiosa relación con la naturaleza.
Nacido en Padua en 1935, Giuliano Scabia ha publicado en la legendaria editora torinesa Einaudi (regazo del ejemplar antifascismo piamontés, y que tuvo como directores a Cesare Pavese e Italo Calvino), entre otros los siguientes libros: All’improvviso & Zip (1967), Commedia armoniosa del cielo e dell’inferno (1972), Marco Caballo (1976), Scontri generali. Tragedia della dialettica (1983), Teatro con bosco e animali (1987), In capo al mondo (1990), Nane Oca (1992) e Il poeta albero (1995), del cual me animé a algunas traducciones. Me alegro muchísimo de que seamos cronológicamente cuasi contemporáneos, porque me siento muy ligado, de fondo, con su experiencia de vida y de lenguaje (aunque por supuesto mi camino haya resultado distinto).
Si bien nací en una gran ciudad, soy el hijo mayor de una familia de inmigrantes de origen campesino, que también hablaban lo que entonces era considerado –en forma equivocada– una lengua dialectal, el gallego. Y yo intuyo que todo eso, infancia crecida entre dos lenguas y entre dos mundos, nostalgia de un mundo rural casi rugosamente primitivo y obligado descubrimiento de la vida en una metrópoli, nostalgia de los verdes y del contacto con los ritmos de la naturaleza y la vida campesina, tiene quizá mucho que ver con la vocación o la entrega a la poesía. De allí también, probablemente, mi deslumbramiento inicial con Pavese quien, como yo, comparte con Ungaretti sus “dos mil años casi de sangre campesina”.
En el mejor espíritu de la juglaresca, me tocó ver a Scabia animar en vivo sus propias creaciones en la plaza de un barrio popular de Medellín, irradiando un placer tan vivo de estar allí haciéndolo que se contagió de inmediato al público felizmente improvisado. Y en esta misma edición que he manejado de ‘El poeta árbol’, pueden gozarse sus tocantes creaciones plásticas, de una inusitada gracia y también de un profundo lirismo. En la más limpia tradición del mejor humanismo italiano, Giuliano Scabia sigue siendo, sin la más mínima demagogia y por el contrario con la mayor y más lúcida exigencia, un artista y un poeta de la calle, de la plaza, del mercado, codeándose y comunicándose todavía –en estos tiempos posmodernos, globales y ultra mediáticos– con los hombres al nivel de la piel y del lenguaje, de la vida y del arte fraternal y más que dignamente compartidos.