Opinión

A Pena dos Enamorados”, leyenda gallega de “A Picaraña”

Vamos a recordar cómo en la parroquia de San Verísimo de Arcos, perteneciente al “concello” de Ponteareas, provincia de Pontevedra, existe un “dolmen” –monumento megalítico prehistórico– que es célebre bajo epígrafe de “A Pena dos Enamorados”. Título que responde desde luego a una leyenda “novelesca” de infeliz amor.
A Pena dos Enamorados”, leyenda gallega de “A Picaraña”
Vamos a recordar cómo en la parroquia de San Verísimo de Arcos, perteneciente al “concello” de Ponteareas, provincia de Pontevedra, existe un “dolmen” –monumento megalítico prehistórico– que es célebre bajo epígrafe de “A Pena dos Enamorados”. Título que responde desde luego a una leyenda “novelesca” de infeliz amor. ¿Peña de los Enamorados? Enorme piedra “abaladiza”, esto es, oscilante, “abaladoira”, con veinticuatro metros de longitud por tres y medio de ancho en la parte más delgada y cinco en la más gruesa, la cual se asienta sobre otra de semejante largura enterrada en el suelo. La zona delgada se apoya sobre un trozo de roca de unos tres metros de grosor. Ciertamente no se trata de un “dolmen” propiamente dicho, aun cuando sí bien pudo originarse durante el período megalítico –el de las “grandes piedras”– a causa de un fenómeno de la Naturaleza. ¿Su relativa “pulimentación”? Habría, en todo caso, que explicarla debido a elementos como vientos y lluvias, y no a la mano del hombre que, por aquellas ancestrales épocas en absoluto disponía de medios para trasladar masas tan imponentes y pesadas, como tampoco de artilugios para alisarlas en tan desmesurado tamaño.
Por aquellos remotos tiempos el afamado castillo de Sobroso se hallaba cerca de estos parajes. Su dueño era don Álvaro de Sarmiento, cuya hija se llamaba Alda o Aldina, como amorosamente la nombraban sus familiares. Ella solía pasear a caballo por los rientes campos y generosos robledales y amenos sotos de castaños. A veces bordeaba la ladera del monte de “A Picaraña”, en cuya cima oteaba un pequeño castillo del cual era propietario el señor don Tristán de Abarca, joven caballero no bien avenido con don Álvaro de Sarmiento por razón de los límites del condado. De tierras de Granada regresó un día don Álvaro, pues durante varios meses había estado combatiendo contra los moros a favor de los Reyes Católicos. A doña Aldina, su amada hija, no la encontró en el castillo: cabalgaba, como era habitual, campo a través, a lomos de su brioso caballo blanco. Ello no le agradó a su padre, quien, tratando de indagar el motivo, encargó a un paje que con sigilo espiase a la condesita. El mozo le comunicó que, bajo la piedra de “abalar”, la había visto junto al señor don Tristán de Abarca. Don Álvaro, sabiendo quién era, lo tomó por una grave afrenta. Juró castigarlo. Y una tardecita se fue al valle San Pedro, dobló el camino y en un santiamén alcanzó “A Picaraña”: en secreto se acercó al “dolmen”, se escondió y dio muerte a don Tristán mediante una estocada. Cubrió su cuerpo entre la maleza y los intrincados ramajes. Y retornó al castillo por diferente camino.
En vano aguardó doña Alda por su amado. Esperó y esperó al día siguiente. Plena de congoja, se refugió en su cámara del castillo. Tres días después fue descubierto el extinto cuerpo de don Tristán. Doña Aldina, su enamorada, ignorándolo, volvió junto a la piedra colosal y “abaladiza”. Al crepúsculo, a ella se le apareció un caballero de negro que descendía de un alazán. “¡Tristán!”, grito alborozada. “¡Al fin has venido! Mas estos días…” A lo lejos, las campanas doblaron a muerto. “Esas campanas avisan de mi entierro”. Aquel fantasma al instante se esfumó entre la niebla. Adina se encerró en su cámara. Pasados unos días, se abrió la puerta del castillo, para dar paso al cortejo a su propio entierro. Relato que Carré Alvarellos incorpora en su repertorio de Las leyendas tradicionales gallegas, Espasa-Calpe, 4ª edición, Madrid, 1983.