Opinión

Patologías

La visión es el tacto del espíritu Fernando Pessoa Una crónica remite a otra. Todo es una cadena de relatos, de interpretaciones. Irónicamente podríamos afirmar que siempre estamos leyendo el mismo libro en la misma página. Es una persistencia, un imaginario alrededor de la misma escena, un desvío desmesurado que resulta obsceno. A veces todo resulta vagamente ambiguo.
La visión es el tacto
del espíritu

Fernando Pessoa

Una crónica remite a otra. Todo es una cadena de relatos, de interpretaciones. Irónicamente podríamos afirmar que siempre estamos leyendo el mismo libro en la misma página. Es una persistencia, un imaginario alrededor de la misma escena, un desvío desmesurado que resulta obsceno. A veces todo resulta vagamente ambiguo.
Contrista ver la realidad tal cual es, lo sospechamos. De todas formas uno siempre escribe desde el desconocimiento: el asombro o el énfasis son reinos de la niñez.
Algunas personas reviven caricias y pronuncian nombres de seres amados , tibiamente, sintiendo el cuerpo amado. Quieren aislarse de la pesadilla cotidiana, de deudas, de frontispicios, de familias, de almuerzos tediosos. Algunas personas envejecen más allá del desamparo o las desdichas. Millones viven en un secreto hastío, en una secreta ansiedad, esperando la soledad creciente. Son sonámbulos que comen, hacen el amor, miden la hipertensión, los aminoácidos, el frío. Otros son industriales, hombres seguros, con hijos, campos, secretarias, chóferes. Llevan portafolios, tienen seguro social, tarjetas de créditos, viajan de acá para allá  sin conocer nada. Hay agente que necesita  hablar por celular, como una adicción. Lo que sea, siempre. En los colectivos, en los baños, en la salida de los colegios, en el vestíbulo del teatro, en los velatorios.
 Hay gente que se empeña en discutir, en hacerle la vida insoportable a la persona con la que  vive, con la que duerme. Y después se olvida, se ríe, va a una fiesta, como si nada. Y al día siguiente discute con el espejo, con el vecino, con el administrador. La pequeña burguesía vive en su pequeño mundo. Pequeño, pequeño. Con sus miradas al pasado, la televisión, los pecados de alcoba, la oficina, los celos. Todo es de una mezquindad y demencia intolerable. Jamás leyeron a Malatesta. Los obreros tampoco. Y al borde del siglo XXI deberíamos preguntarnos qué significa la clase obrera.
 Mis hijos me hablan de Francisco Bochatón, de Memento, de Radiohead. Y también de teatro, de cine, de política, de deporte. Hay gente que no habla nunca con sus hijos. Cuando quieren hacerlo por lo general es tarde. Hay siempre una búsqueda de vínculos entre acontecimientos aparentemente desconectados entre sí. Hay cosas que se yuxtaponen, que se complementan, que se comunican misteriosamente. Hay cosas que se dicen y otras que se ocultan. Voy caminando por las calles de Buenos Aires y pienso en todo esto. Recuerdo rostros de lugares lejanos, voces imprecisas. Aisladas no significan nada, pero las voy entretejiendo, voy uniendo la fragmentación de la memoria.
Hay seres que creen que soy fácilmente sarcástico. Creo que no es así. De todas maneras prefiero soñar y escribir eternos borradores de esta vigilia, de esta vasta historia que los intelectuales suelen denominar de diversas maneras y que a mi me gusta decirle caos. Lo fatal, con los años, parece irreal.
Leo titulares de diarios. Escucho hablar de las próximas elecciones: los mismos nombres, las mismas promesas. Escucho hablar de fútbol, de insurgencia en Bolivia, del euro, de la nueva crisis que pocos parecen ver o sentir. Se comenta por radio La caída, el film dirigido por Oliver Hirschbiegel donde aparentemente se quiere humanizar la sombra de Hitler. Era un ser humano, no un demonio, no un monstruo. Los monstruos son construcciones de las fábulas. El ejercito nazi fue exactamente  eso. La maquinaria de exterminio nazi fue creada por hombres para  exterminar a otros hombres.
Todo corre el albur de parecer inútil o superfluo. Ayudado por la miopía gradual la ceguera se hace carne en la sociedad. Las nuevas generaciones –embrutecidas, destrozadas, ausentes – creen en Internet, una nueva fe. Irreparablemente vamos siendo un destino, una rutinaria indiferencia. Una confidencia de cualquier autor clásico la sentimos inmediata, necesaria para nuestro existir. Continuo andando las calles de Buenos Aires. En mi interior hay otra ciudad, otras calles, un asombro que significa mi propia mitología. Lo que se desmorona no me amenaza. Aventuro esta afirmaciones con cierta timidez, con una suerte de indulgencia, con cierta nostalgia que enfatiza el poeta.