Opinión

Noor

Ser reina es, por definición, un despropósito de la democracia y un símbolo de insolidaridad, de superioridad frente al súbdito. De esto no cabe duda atendiendo, de entrada, al tren de vida de la una frente a su plebe. Por eso me asombra la devoción que profesan los periódicos que van de serios por la reina Noor de Jordania, cada día en un lugar del mundo intercambiando causas pretendidamente benéficas con galas entre multimillonarios.
Ser reina es, por definición, un despropósito de la democracia y un símbolo de insolidaridad, de superioridad frente al súbdito. De esto no cabe duda atendiendo, de entrada, al tren de vida de la una frente a su plebe. Por eso me asombra la devoción que profesan los periódicos que van de serios por la reina Noor de Jordania, cada día en un lugar del mundo intercambiando causas pretendidamente benéficas con galas entre multimillonarios. Los mismos periodistas que acusan al presidente venezolano de tirano por pretender someterse a unas elecciones las veces que quiera (mientras la gente quiera votarle, como en España), alaben esta misma intención cuando la practica el colombiano Álvaro Uribe o, yendo mucho más allá, acepten que Noor bendiga el régimen político jordano, donde el poder se pasa de padres a hijos. Sucede que los periódicos se reservan toda su fuerza ideológica y sus códigos profesionales para satisfacer al partido político o la empresa que le da de comer, pero el resto de las páginas son un cajón de sastre amoral en el que cabe todo. Un día la portada condena la matanza de focas de Canadá y al día siguiente ensalzan la última corrida de toros en la plaza de Las Ventas. En plena crisis planetaria, un periodista advertía alarmado del trauma que suponía para la construcción naval gallega, ahora especializada en offshore (atención a plataformas), la bajada del petróleo, pero sin introducir la noticia en su contexto, que son los millones de personas y empresas que se irán al garete con la subida del crudo.