Opinión

Mercachifles

A lo largo de la historia, la lucha entre ricos y pobres también se ha librado en las palabras. Los primeros tienen dinero y asesores para dar forma suave a las aristas de sus saqueos y, a veces, hasta los que menos tienen se convencen de su propia fatalidad y se culpan a sí mismos. Los que representan a los pobres suelen ir a remolque de estos vocabularios de postín que repiten sin cesar los grandes medios.
A lo largo de la historia, la lucha entre ricos y pobres también se ha librado en las palabras. Los primeros tienen dinero y asesores para dar forma suave a las aristas de sus saqueos y, a veces, hasta los que menos tienen se convencen de su propia fatalidad y se culpan a sí mismos. Los que representan a los pobres suelen ir a remolque de estos vocabularios de postín que repiten sin cesar los grandes medios. Por eso nadie se atreve en España a definirse como ‘proletario’ u ‘obrero’, o referirse al ‘capital’ mientras las derechas más radicales se inventan fundaciones que llevan por nombre expresiones como libertad o democracia. Cada época tiene sus palabras eufemísticas, como competitividad o, peor, rentabilidad económica de lo público (lo público no tiene que ser rentable económicamente, como los reyes no son rentables pero los tenemos que soportar). La peor de todas, y la que prueba que estamos gobernados por sinvergüenzas entregados a otros que pululan sobre estos políticos, es la palabra ‘mercados’, que significa dos cosas. Primero, que si los mercados ‘dictan’ alguna medida al mundo será porque el mundo ya no está gobernado por los políticos, es decir, que ya no vivimos en esa democracia de la que presumimos. Y, segundo, que el mercado se presenta como una palabra sin humanizar, como si fuera un agente natural como la lluvia y el granizo: pues no, hay que decir que el mercado son las mismas personas con nombres y apellidos conocidos que representan a los bancos y especuladores financieros.