Opinión

Mensajero

Los periodistas actuamos como las hienas: nos defendemos corporativamente aunque no tengamos razón y, además, pretendemos distanciarnos del muerto que devoramos señalando a quien tiene la pistola. Hoy vivimos tres grandes temas periodísticos de los que deberíamos aprender a medir a la Prensa, aprender a leerla y descreerla. En los tres casos se manifiesta cerril ese nacionalismo español que con tanto españolismo se niega.
Los periodistas actuamos como las hienas: nos defendemos corporativamente aunque no tengamos razón y, además, pretendemos distanciarnos del muerto que devoramos señalando a quien tiene la pistola. Hoy vivimos tres grandes temas periodísticos de los que deberíamos aprender a medir a la Prensa, aprender a leerla y descreerla. En los tres casos se manifiesta cerril ese nacionalismo español que con tanto españolismo se niega. Sucede con las noticias de la crisis económica española frente a la del resto del mundo (qué inventen ellos, que a nosotros nos basta con especular para recuperarnos), del dopaje nacional como un compló judeomasónico contra la furia atlética ibérica (los extranjeros no soportan los éxitos de nuestra raza hispánica), y de las revueltas de los países islámicos (son ‘moros’ gritones que no tienen instituciones de Estado ni estructuras sindicales o culturales, que se quejan por instinto o por imitación europea). En los dos primeros casos los argumentos son constantes: se inventa una realidad –económica o deportiva– que no existe y se persiste en ello. En el caso del mundo árabe asistimos a una serie de carambolas informativas que cambian de titular de un día para otro, según convenga: si hay contratos, se le llama gobierno; si se pierden los contratos, es régimen; si siguen los mismos militares y nada cambia porque siguen los contratos se dice que ahora sí son democráticos; si hay una base obrera organizada, se dice que son jóvenes que se convocan por Internet. Si nos compran a nosotros, son reinos, y si no compran en nuestro mercado, son tiranías.