Opinión

Memorias de la luz

Alguien ya debe haberlo dicho. Infinidad de invenciones mecánicas, con la sagrada excepción de la rueda (fue el inefable Guillaume Apollinaire quien afirmó que, al inventar la rueda, los antiguos habían hecho surrealismo sin quererlo), no serían sino la proyección de características o funciones del propio cuerpo humano.
Alguien ya debe haberlo dicho. Infinidad de invenciones mecánicas, con la sagrada excepción de la rueda (fue el inefable Guillaume Apollinaire quien afirmó que, al inventar la rueda, los antiguos habían hecho surrealismo sin quererlo), no serían sino la proyección de características o funciones del propio cuerpo humano. Que la cámara con su lente reproducía efectos similares a los del ojo con respecto a nuestro cráneo, me parece evidente. Pero también me parece que no son similares las consecuencias.
Lo que el ojo ve o, para ser más precisos, lo que el ojo hace ver a nuestra mente, no es similar a lo que pueden hacerle percibir ciertas fotos de lo mismo. Y, precisamente, no justo aquellas fotos que se limitaran a una reproducción digamos paisajística o documental.
En relación con la fotografía, ¿de qué material estamos hablando? No creo que sea –me parece claro– tan sólo la película o su tratamiento. Creo que en la fotografía uno de los elementos esenciales es la luz, o más bien la forma en que la luz conmueve al ojo humano. Y quien dice luz y ojos dice luz y sombra, contraluz, impresiones. Lo que el milagroso y empecinado, deslumbrado impresionismo se propuso una y otra vez, dejando tras de sí tan magníficas huellas, la foto lo consuma a su manera. Las fotografías son así de algún modo fantasmas concretados de (por) la luz, como aquellos ectoplasmas que lograban materializar –¡y fotografiar!– ciertos espiritistas de fines del siglo XIX que se querían de criterio científico.
Y esos fantasmas que la luz nos evoca en tantas fotos tocantes, a veces, para nosotros mismos, no tienen que ver apenas con nuestro sistema óptico, sino también con una de las formas más relevantes que (como ya dije) adopta nuestro sistema afectivo: la memoria.
Porque, junto con la luz, el otro material de que se compone la foto es el tiempo. Ya sea como transcurrir que se mide en signos horarios, o como el inmenso mar donde estamos inmersos, somos hombres porque estamos hechos de tiempo. Y el tiempo en nosotros se vuelve a su vez humano al hacerse memoria. Lo que la luz nos dice, a través de las fotos, es lo que nuestra memoria reencuentra en la selva del tiempo, y lo que nuestra memoria le agrega a la imagen en la selva de los hechos.

A Robert Capa,
a Federico Bonell García