Opinión

Mal del alma

La industria de la pornografía mueve millones de dólares al ser un escape a la genuina soledad del ser humano, lo mismo que el llamado placer solitario, tan duramente criticado y ensalzado ahora como un bálsamo curativo para el cuerpo y el espíritu.Don Francisco de Quevedo –hombre sapiente en esos menesteres– escribió un soneto admirable sobre el peculiar y muy personalismo estilo de placer eremita.
La industria de la pornografía mueve millones de dólares al ser un escape a la genuina soledad del ser humano, lo mismo que el llamado placer solitario, tan duramente criticado y ensalzado ahora como un bálsamo curativo para el cuerpo y el espíritu.
Don Francisco de Quevedo –hombre sapiente en esos menesteres– escribió un soneto admirable sobre el peculiar y muy personalismo estilo de placer eremita.
Pero por ahí no van los tiros pues no hay pardales a la vista.
Desde la ciudad de Los Ángeles, California, alter ego del cine licencioso, se informa  que a cuenta del Sida es obligatorio a partir de ahora en las filmaciones eróticas de alto calibre el uso del preservativo.
Esta enfermedad infecciosa ha causado la preocupación en una industria que da trabajo a miles de personas y que se concentra principalmente en el Valle de San Fernando, en la épica tierra californiana.
Y es que ese atascadero de las estribaciones del resuello, sigue punzando con fuerza sobre la carne lacerada de millones de seres humanos en todos los continentes.
Entre los céfiros de la vida –suaves unos igual a tardes placenteras, otros ensortijados, un poco traviesos cuando levantan los suspiros del jadeo– las dolencias del cuerpo empujan nuestras ansias. También las fantasías que roen las entrañas y rompen el tedio, la soledad o el desasosiego interior.
El Sida viene empujado a razón de una marabunta maligna y ha contaminado, de una forma u otra, medio planeta, mientras la otra mitad espera asustado. Son las moléculas revueltas, la sangre convertida en pasta aguada corriendo entre los meandros del organismo, hasta dejarlo estrujado, tronchado en pedazos.
Durante el final del pasado milenio, tan repleto de malos y buenos augurios, la enfermedad fue la principal causa de muerte entre los jóvenes, pero la ciencia, la efectiva magia moderna sin la palabra “abracadabra” ni palomas blancas saliendo de sombreros de copa, hizo posible que los tratamientos dedicados a combatir el virus de la inmunodeficiencia humana lograra reducir la alarmante mortalidad.
De esa manera, una ilusión penetraba en los aposentos del retraimiento, en las salas de los hospitales y en los reductos de los apestosos donde moran los arrinconados.
Ahora bien: ¿será tal catástrofe planetaria del todo cierta?
“La respuesta está envuelta en el viento”, dijo el cantante Bob Dylan.
Y ahí estamos, sosteniendo el barro de un cuerpo que se hace polvo a razón de una enfermedad erigida de querencia, fogosidad manoseando el perenne apetito o la envoltura de las ansias compartidas.