Opinión

Luz y sombra

En la repisa, sobre el tálamo donde intentamos cabecear y algunas veces envolvernos en pesadillas que algunos llaman sueño, tengo la obra del escritor portugués, un ser de una humanidad inquietante y que ha seguido las huellas sigilosas –menos en política– de Fernando Pessoa y Lobo Antunes.El ya lamentablemente desaparecido José Saramago siempre ha estado al lado de los desamparados del pan, la palabra y de toda equidad.
En la repisa, sobre el tálamo donde intentamos cabecear y algunas veces envolvernos en pesadillas que algunos llaman sueño, tengo la obra del escritor portugués, un ser de una humanidad inquietante y que ha seguido las huellas sigilosas –menos en política– de Fernando Pessoa y Lobo Antunes.
El ya lamentablemente desaparecido José Saramago siempre ha estado al lado de los desamparados del pan, la palabra y de toda equidad.
Es incómodo para algunos, entre ellos un amplio sector de la Iglesia Católica que ha visto –al leer solamente las palabras de los libros pero no su sentido moral– la obra ‘El evangelio según Jesucristo’ como un anatema de perversión donde el autor se acerca con la inocencia de un lego asustadizo a la luz y sombra de una religión donde los actos del hombre superan algunas veces los divinos.
Debió ser el espigado hombre nacido en Azinhaga, tierras baldías de Portugal, el último mohicano de un comunismo venido a menos, pues sigue al lado de los miserables, y eso en una época donde los ideales limpios y la honradez son valores a la baja, es algo digno de considerar.
Un día expresó: “Vivimos en el planeta de los horrores, pero no lo queremos saber porque preferimos estar ciegos y ser insensibles al dolor humano. Estamos haciendo del horror nuestro compañero diario y nos solazamos con él”.
Explicaba con frecuencia que esa insensibilidad del mundo actual le había inspirado toda su obra. Y a los jóvenes les daba unos consejos para no hundirse en el fango de la indiferencia: ser curiosos y llenos de generosidad hacia aquellos que nada tienen, ni siquiera el sagrado derecho de gritar a corazón abierto.
Pessoa, cuando era el alter ego de ‘Ricardo Reis’, dijo en una oda: “Nao quero recordar nem conhecerme. / Somos demais se olhamos em quem somos”.”No quiero recordar ni conocerme. / Estamos de más si miramos quien somos”. Expresión perfecta para un ser de una inalienable dignidad humana cuyo Premio Nobel fue un reconocimiento a la sufrida lengua y literatura portuguesa, siempre luchando por el desorden de la vida y el complicado camino de la muerte.
Saramago ha sido uno de los pocos seres que abiertamente negó la existencia de Dios casi sin altibajos.
“No creo en Dios ni en la vida futura ni en el infierno, ni en el cielo, ni en nada. Debo de decir que a mí me encantaría que existiera porque tendría todo más o menos explicado y, sobre todo, tendría a quién pedir cuentas por las mañanas. Pedirlas y también darlas.
Pero no tengo a quién pedirlas”, añadió entonces.
En lo particular, yo, el escribidor de esta cuartilla, creo en Dios por la sencilla razón de que mi madre, todas las noches, le rezaba, y uno sigue caminando por el mismo sendero. A lo mejor eso no es fe y sí amor materno, pero da lo mismo, pues entre ella y mi persona hay un cordón umbilical que nos une mucho más allá de la solitaria tumba.