Opinión

Lecturas

Esta pasada semana ha sido muy comentada en España una estadística sobre el nivel de lectura en el país. Los medios se refieren a un nivel bajísimo de lectura en lo que se refiere al tiempo empleado y al número de libros despachados al año, aunque pasan muy por encima de lo que es mucho más preocupante: cuáles son –y cuál es su calado– los libros a los que dedican su capacidad de abstracción los españoles.
Esta pasada semana ha sido muy comentada en España una estadística sobre el nivel de lectura en el país. Los medios se refieren a un nivel bajísimo de lectura en lo que se refiere al tiempo empleado y al número de libros despachados al año, aunque pasan muy por encima de lo que es mucho más preocupante: cuáles son –y cuál es su calado– los libros a los que dedican su capacidad de abstracción los españoles. Hay que decir, antes que nada, que vivimos en un país que tiene una revista del corazón (fotos de famosillos y cuatro frases de latiguillo) que pretende distinguirse de las demás por su presunto estilo y que lleva por nombre Lecturas. No acostumbro a tirar de refranero, pero en España es ley aquello de ‘En el país de los ciegos, el tuerto es el rey’. El citado estudio revela que, en realidad, la mayoría de las lecturas son novelas –novelas no; relatos estirados en un potro de tortura– de esas que se hacen por encargo y que conectan con lectores de todo el mundo porque están hechas por un equipo casi comercial. Son esos ‘best sellers’ de los que nunca se volverá a hablar en la vida. Si quitamos este tipo de libros que apenas provocan el paso de la mirada sobre las letras, nos encontraremos con la catastrófica situación de que apenas hay personas que lean en profundidad, de esa manera que invita a reflexionar de un modo único e irrepetible que sólo se logra con el hábito prolongado de repensar lo leído.